Decir la verdad

Dauno Tótoro Taulis, Chile

El periodismo se ha convertido, para muchos y en demasiados sitios, en una profesión de moda, una actividad seudoliteraria, seudoliberal, seudobohemia y altamente aconsejable tanto para señoritos y señoritas en busca de figuración escénica, como para ególatras en carrera ascendente hacia testeras políticas o mediáticas. Se ha prostituido de tal forma en tantos sitios el periodismo. Y estos síntomas de descomposición son sólo penas menores cuando comparadas con aquel otro vicio de nuestro periodismo contemporáneo, aquel que ha hecho del reportero un publicista de rufianes, del entrevistador una tribuna para mentirosos, y del investigador un encubridor de criminales de toda laya.

En muchos de nuestros atribulados países, las escuelas y facultades de periodismo brotan y se expanden como las flores del campo en primavera; de entre éstas, se cuentan en decenas las escuelas y facultades de las que egresan cientos y miles de profesionales de la fachada y de la superficialidad, soldados del disimulo y de la tergiversación.

No debe ser el periodismo reducido y mutilado, aunque exista tanta escasez de medios de comunicación libres y dignos. Muchos periodistas de oficio han hecho de esta actividad una especie de apostolado. Un apostolado que muchas, demasiadas veces, ha significado la muerte del periodista.

El periodista que investiga lo hace para desenmarañar, para develar, para descubrir y para denunciar las prácticas nefastas de quienes enmarañan, velan y cubren con tupidos mantos de amedrentamiento o coimas las más espurias empresas. El periodista, contrariamente a lo que muchos medios de comunicación pregonan, o a lo que muchas escuelas y facultades mal enseñan, es un mosquito en el oído de la humanidad, es el que molesta, el que sigue y persigue, revuelve y vuelve a la carga hasta dar con la verdad... Una verdad que, muchas veces, nos muestra los rasgos más horrendos de quienes tras maquillajes suntuosos y finas palabras no hacen más que esconder sus verdaderas fauces de tiranuelos. El periodista debe decir y demostrar aquello que alguien con más poder, con algún poder, no quiere ni que se sepa ni que se sospeche.

El periodista que investiga, pues, debe desprenderse de todo ropaje y máscara que impida su misión: desafectarse del protagonismo, por cuanto su oficio no es un arte ni una exhibición de dones; despreciar la adulación al poderoso porque en el soborno a la ética muere la verdad; prohibirse el aplauso irreflexivo, la sonrisa fácil.

Hemos elegido este oficio para molestar, como dice el autor argentino Horacio Verbitsky con razón. Y, claro, para molestar, porque, ¿si no nosotros, quiénes? Periodistas que investigan las malas acciones y sin remilgos ni recato denuncian lo que otros (empresarios, muchos políticos, militares, poderosos) callan o transforman por arte de magia en falsos avances para nuestras sociedades.

Para promocionar están los publicistas; para mediar están los árbitros; para decorar están los estilistas; para mentir sobran especialistas. Los periodistas somos para molestar.

No es éste, claro, un buen consejo para quien quiera, como periodista, hacerse de una cómoda situación en muchos de aquellos países de los que venimos. Tampoco lo es, lamentablemente, para llegar a edad avanzada. Pero la palabra verdadera, la que surge de la razón y del empeño científico por desmontar mitos y derribar santos y benefactores de cartón piedra, es pura e impagable. Su valor es tan infinito como urgente, porque es, además, una obligación: investigar para entregar elementos informativos sólidos y oportunos no es un derecho al que puedan acceder los periodistas en esporádicos arrebatos mesiánicos, sino que constituye un derecho inalienable de los pueblos, una obligación que hemos contraído con quienes leen, ven o escuchan nuestro trabajo.

Surgen estas ideas incómodas hoy como un acto de ira ante el montaje mediático que se nos impone a todos los seres humanos a través de la red asfixiante y enajenante de las grandes cadenas de la prensa y de la televisión. Quizás, finalmente, sea una sola la tarea simple y hermosa de cada periodista: decir la verdad.

Gran parte de la opinión pública de nuestra región se encuentra secuestrada por verdaderos fanáticos ultrafundamentalistas: los militares, políticos y empresarios dominantes de los Estados Unidos y sus contrapartes locales. La malla con que asfixian nuestra inteligencia, nuestra oportunidad de opinar, es la de una prensa obsecuente. Los periodistas tienen entonces una doble misión fundamental: con la verdad negarse a ser cómplices; con la verdad como cuchilla rasgar el manto de mentira que mata. Porque mata de verdad, más allá de cualquier figura retórica; mata por cuanto brinda argumentos y excusas a los que asesinan en Colombia y Brasil, en Afganistán y en los territorios palestinos ocupados, a los que asesinan en cada rincón de este planeta.

Un mundo feliz, un mundo sin problemas ni sobresaltos para los que bombardean, roban y mienten, es un mundo en el que no existamos nosotros, los periodistas.