UNA MIRADA SOBRE LOS ATENTADOS Y LA GUERRA QUE SE VIENE
Elisa Marroco, Argentina
"Si Nueva York reluce como el oro/ y hay edificios con quinientos bares/ aquí dejaré escrito que se hicieron/ con el sudor de los cañaverales./ El bananal es un infierno verde/ para que en Nueva York/ beban y bailen".
(Pablo Neruda)
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"Usaré todas las armas de guerra necesarias"/ "La ofensiva antiterrorista será algo nunca visto"/ "No olvidaré esta herida. No vamos a fracasar"/ "La guerra será contra los terroristas y contra quienes los protegen"/ "Esta será una guerra del Bien contra el Mal"/ "Una cruzada"/ "Justicia infinita".
(Prometió el presidente George Bush, a la manera, casi, de "la solución final" del holocausto nazi).
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El Nuevo Orden Mundial acaba de sufrir un revés allí donde jamás imaginó que pudiera sucederle: en su propia casa, en el corazón de sus máximos emblemas y su poder omnímodo.
No se puede celebrar la muerte y el dolor, ocurran donde ocurran. No hay "peros" que justifiquen una matanza planificada contra gente a la que todavía no se le avisó que estalló la guerra, que la contienda era inminente. Cuesta creer que se hable de armas químicas, bacteriológicas o nucleares con naturalidad que espanta, cuando de lo que se trata es de poblaciones indefensas, que morirán antes de que las mate el hambre.
En la lucha del Bien contra el Mal, dice Eduardo Galeano, siempre es el pueblo el que pone los muertos. En la lucha del Bien contra el Mal son las industrias armamentistas las que sacan fabulosas ganancias. El mundo entra en guerra contra el Mal agitando miles, millones de banderitas norteamericanas en las manos.
Pero, ¿qué vimos más allá de esos macizos que tocaban el cielo cayendo irremediablemente como castillos en la arena? ¿Qué escondieron las toneladas de escombros desplomados sobre más de seis mil vidas? ¿Qué vimos y qué nos dejaron ver del mayor -pero no único- atentado vivido en carne propia por los Estados Unidos?
Vimos y nos dejaron ver imágenes fraccionadas, aviones impactando, explosiones, fuego, humo y derrumbes. Vimos y nos dejaron ver lo que la CNN y sus repetidoras quisieron que veamos, ocultándonos, imágenes e información que permitieran comprender mejor lo que acababa de ocurrir, lo que estaba ocurriendo. Por caso, no permitir la evacuación de cientos de personas que quedaron atrapadas en la demolición de la torre 1.
No hay sangre ni hay lágrimas; hay acción, yuxtaposición de imágenes, compilados; todo vuelve interminablemente en una sucesión infinita de aviones, edificios, estallidos, silencio, polvo. Antes, la CNN había logrado imponer su criterio que, obedientes, aceptaron los medios televisivos de casi todo el mundo: mostrar el escenario, el decorado roto, pero no las escenas más estremecedoras.
Tampoco se vieron en la Guerra del Golfo. El dolor y las lágrimas iraquíes también fueron cercenados. ¿Nos dejarán ver las que vierta el pueblo de Afganistán?
"Los noticieron no sólo manipulan y acomodan la verdad, sino que la ofrecen como realidad alternativa", sostienen Neil Postman y Steve Powers, autores de "Cómo mirar noticieros de televisión".
A propósito, explican que con la llegada de la CNN y Ted Turner se cambió para siempre el modo en que los canales de televisión percibían el modo en que deberían comunicarse las noticias.
Antes de la CNN, indican, si uno quería saber lo que había ocurrido, tenía que esperar a la media hora de información -o a algún boletín especial si se trataba de algo muy importante-, y si uno se lo perdía, quedaba en la más absoluta oscuridad. CNN transformó nuestra idea del noticiero para siempre ofreciendo a todos -siempre y cuando tuvieran cable- una idea de la información universal y omnipresente como el teléfono, la electricidad o el agua. Bastaba con abrir la canilla a cualquier hora para que corrieran las noticias.
Pero, qué noticias, bajo qué análisis, en qué contexto actual e histórico. Cómo y quién procesa y trasmite la información.
Postman y Powers aseguran que lo importante a la hora de conducir un noticiero no es saber hacerlo sino actuar a la perfección el papel de conductor de noticieros. Como esos actores -dicen- que hacen de abogados o policías en las series, los conductores de noticieros modernos son actores. O, por lo menos y salvo rarísimas excepciones, no son periodistas.
La CNN es el discurso único llevado a la pantalla. Apenas un margen de disenso, apenas algún cuestionamiento. El periodista, formal, lanza el interrogante: ¿No será tiempo de que nos digan qué hizo la CIA por el mundo, armando a los que después se nos vuelven en contra? Alguien menciona que la gente empieza a preguntar si lo que les está pasando es la consecuencia de la política exterior de los Estados Unidos? Pero a los interrogantes no hay por qué responderlos. Mejor es comentar las últimas encuestas que hablan del consenso para marchar a la guerra. ¿Una inmensa mayoría de voluntades a favor?
Mejor es mostrar cuando Bush baja del helicóptero en los jardines de la Casa Blanca llevando displicente a sus mascotas, un día después de la tragedia. Mejor es mostrar la crisis que sufren las otras, cientos de mascotas neoyorquinas esperando a dueños que ya nunca volverán. ¿No tendrán mascotas los habitantes del Medio Oriente?
Mejor es mostrar cuando Bush lanza, sobre los propios escombros y del brazo de un bombero, tres días después de la masacre y por primera vez de visita en el escenario del desastre, la promesa convertida en grito de acabar con los terroristas y con quienes los protejan, allí donde se encuentren. Mejor es volver a pasar una y otra vez el momento en que dice que la guerra será larga, ese instante en el que inexplicablemente ambos -el presidente y el bombero- sonríen, casi felices.
Pero lo sucedido en Nueva York y en Washington es algo más que lo que la CNN mostró, en vivo, en directo y en continuado. Es algo más que la obra de un grupo de suicidas. El ensayo general de la guerra que se viene empezó en Irak, con la destrucción casi masiva de sus fuentes de producción y servicios, y sus 150 mil víctimas fatales, además de los cientos de miles de heridos y mutilados. En nombre del Bien murieron iraquíes en combate y también en las calles, en sus casas, sus trabajos y hasta en los refugios donde intentaron ponerse a salvo de bombas y misiles.
Para un experto consultado por el diario español La Vanguardia, cuando se produce un suceso catastrófico suele haber una sobredosis de información. Hay gente -afirma- que tiene dificultades para digerir los hechos y las imágenes. Se produce lo que en medicina llamamos "estrés postraumático". Ha habido un filtro informativo en cuanto a la calidad y a la cantidad de información. Se ha evitado una reacción catastrófica pero en contrapartida se ha ofrecido una información sesgada. Hemos visto a niños bailando en Palestina pero ningún brazo amputado.
Hay una explicación, para Antonio Bulbena, director de un centro de atención psiquiátrica en Catalunia, y es el de no querer hacer más patente la debilidad y las limitaciones de Estados Unidos ante este tipo de ataques. De lo que se trata -subrayó- es de dar poca información, en blanco o en negro, que deje bien claro quiénes son los buenos y quiénes los malos.
"No sé de qué se extrañan", dijo imperturbable frente a un micrófono el joven rubio y fornido. "Me prepararon como una máquina de matar. Maté a niños y mujeres, en Irak, sin saber por qué ni a quiénes mataba. Yo odio a este país y no me arrepiento de lo que hice", explicó con claridad pasmosa Timothy Mc Veigh, el joven rubio y fornido, que hace seis años dinamitó el edificio federal de Oklahoma, el antecesor de las torres gemelas, donde murieron cientos de personas incluidos niños de una guardería. El joven, quien fue ajusticiado hace pocos meses en la cámara de gas, se llevó a la tumba el nombre de otros que pudieran odiar a su patria tanto como él, y que seguramente lo ayudaron en su empresa.
Pero el enemigo interno no interesa a los dueños de las armas y a quienes las fabrican ni a los expertos del Pentágono ni a los del Departamento de Estado. Mejor es mirar para otro lado. El Mal siempre está lejos de casa.
"Un ingrediente clave para hacer que los americanos se sacudan con frenesí contra un nuevo enemigo es la tan importante identidad racial. Es mucho más fácil hacernos odiar cuando el objeto de nuestro odio no se parece a nosotros", dice el periodista norteamericano Michael Moore.
"Nosotros aborrecemos el terrorismo, a menos que seamos nosotros los terroristas -agrega-. Pagamos y entrenamos y armamos a un grupo de terroristas en Nicaragua en los años 80, que mató a más de 30 mil civiles. Eso fue nuestro trabajo. El tuyo y el mío. Nosotros financiamos un montón de regímenes opresivos que han asesinado a cantidades de gente inocente, y nunca dejamos que ese sufrimiento humano interrumpiera nuestros días ni por un momento. Hemos hecho huérfanos a tantos chicos, decenas de miles en todo el mundo, con el terrorismo pagado por nuestros impuestos (en Chile, Vietnam, Gaza, El Salvador.) que supongo que no deberíamos sorprendernos porque esos huérfanos crecen y se golpean la cabeza por el horror que ayudamos a causar". A Moore le faltaron Panamá, Sudán, el apoyo a los británicos en Malvinas, los golpes de Estado (Argentina), el adiestramiento a Saddam Hussein en la guerra contra Irán o al propio Osama bin Laden cuando contribuyó a la derrota de los soviéticos en Afganistán.
Hay enemigos que son mejores que otros. Ni Estados Unidos ni Israel ni tampoco las autoridades argentinas -las de entonces y las de ahora- quisieron que se sepa quién fue el verdadero autor intelectual, quién pergeñó y pagó por la voladura de la Embajada de Israel y luego la de la Mutual Israelita (AMIA), en Buenos Aires, que dejaron un tendal de más de cien muertos e infinidad de heridos. El pueblo pidió -sigue pidiendo- justicia, no la guerra.
Haciendo evidente la distancia que media entre la dirigencia política que gobierna y la ciudadanía, una consulta demostró que tres de cada cuatro argentinos se mostró opuesto a la participación del país en la represalia, muchos consideraron que los dos atentados sufridos en carne propia fueron la respuesta al envío de naves militares a la guerra del Golfo y un 65 por ciento no ocultó su temor a un nuevo ataque si vuelve a manifestarse un alineamiento incondicional al norte.
"Nuevamente, tenemos una opción: podemos tratar de comprender o negarnos a hacerlo, contribuyendo así a que lo que viene por delante sea mucho peor de lo que creíamos", sostiene el pensador Noam Chomsky, al coincidir en que esta no es una guerra de la democracia versus el terror.
Es también -apunta- sobre los misiles norteamericanos incrustándose en los hogares palestinos y sobre la milicia libanesa pagada y uniformada por los aliados israelíes, acuchillando y violando y asesinando a medida que pasaban por los campos de refugiados.
Ahora, lo que priva en las noticias -junto con los preparativos de la invasión- es la exaltación del patriotismo. El discurso oficial que repiten, curiosamente, con mayor énfasis, hombres y mujeres de raza negra, latinos, extranjeros que viven y trabajan en los Estados Unidos y son entrevistados por las calles. Otro es el patriotismo de los dueños del dinero: esos cantan himnos y agitan las banderas, pero venden sus acciones provocando récords de caídas en la Bolsa y, consecuentemente, la pérdida de trabajo de miles de empleados. Las compañías norteamericanas afectadas directa o indirectamente por los atentados se solidarizan con las víctimas pero no les siguen pagando su salario a los que sobrevivieron.
Mientras que de tanto en tanto se cuela una imagen del éxodo de familias afganas hacia las fronteras, escapando del horror en que se convertirá, en poco más, el difícil suelo en el que habitan, el mundo organizado, el Primer Mundo, los países de la OTAN, los amigos que gustan de las relaciones carnales, todos, afilan puntería, cargan aviones y buques y ponen proa a lo desconocido.
"Prepárense. Estados Unidos hará todo lo que sea para ganar la guerra", sentenció Bush. "Ojo por ojo deja al mundo ciego", le respondió una voz anónima en un mural de Nueva York.
Han pasado algunas semanas desde la desaparición forzada de las torres del Trade World Center y de una parte sustancial del Pentágono. De ese avión que primero se dijo que fue alcanzado por un caza de las fuerzas armadas estadounidenses y luego que se estrelló por una disputa a bordo; del presunto coche bomba en el Departamento de Estado y de ese grito de Bush sobre una pila de piedras y de muertos.
Es posible que cuando este encuentro esté en marcha o acaso antes, el fuego se haya trasladado del lujo de Manhattan a unas tierras escarpadas, que ni siquiera se sabe el lugar que ocupan en el mapa. Y la primera guerra de este nuevo siglo haya comenzado para decirnos que no será la última en la larga batalla del Bien contra el Mal. Y que nadie estará a salvo. Es posible que esté brillando en su apogeo de luces que surcan los cielos nocturnos, como en un videogames, haciendo blancos que nunca se nos muestran, en la pantalla aséptica de la CNN.