El De la Guerra Virtual a la Conflagración Global

Fundamentalismo de la Industria Mediática en Acción

Raymundo Reynoso, Los Angeles, Estados Unidos

El pasado 11 de septiembre la industria mediática de Estados Unidos,

con la televisión en primera fila, demostró que cuenta con abundantes

recursos humanos y tecnológicos para cumplir con una de las premisas más

reverenciadas por los medios electrónicos de información : la

inmediatez.

Por eso, muchos televidentes alertados de que un avión se había

estrellado en la torre norte del Centro de Comercio Mundial de Nueva

York, pudieron ver en vivo y en directo como una segunda aeronave se

incrustraba en la torre Sur del enorme complejo financiero y comercial

que era orgullo del capitalismo norteamericano y también del mundo

globalizado.

A ésto siguió la transmisión de los momentos posteriores al impacto de

un tercer avión en el Departamento de Defensa en Washington, D.C. y

poco después se sabría que otra aeronave se había desplomado en

Pennsylvania.

La responsabilidad del atentado fue atribuida, en este orden, a Osama

bin Laden, al talibán, a los "fundamentalistas islámicos" y por

extensión, a los palestinos y al mundo árabe, algo que con el correr de

los días desencadenaría una corriente de xenofobia que ya ocasionó

muertos, agresiones a personas y ataques a varias mezquitas.

Estos acontecimientos, que se desarrollaron en apenas un par de horas,

posibilitaron que la televisión estadounidense captara una audiencia que

alcanzó niveles históricos.

Cuando menos, 80 millones de personas siguieron, minuto a minuto, los

noticieros vespertinos que, sin excepción, destinaron sus tiempos a

reseñar los acontecimientos ocurridos en la ciudad de Nueva York y en la

capital del país la mañana de ese día. Esta cifra es sólo comparable a

la audiencia que presenció el pasado mes de enero el Super Tazón,

famoso evento deportivo imbatible en índices de audiencia.

En sus segmentos nocturnos, la NBC reportó que 22 millones de personas

sintonizaron sus transmisiones. ABC capturó la atención de 17.6 millones

de televidentes, seguida de CBS, con 14. 4 millones de telespectadores,

y Fox, con una audiencia de 5.6 millones de personas.

Es decir, en conjunto, las llamadas "cuatro grandes" tuvieron, en sus

horas pico de ese martes, 59.6 millones de usuarios.

Ciertamente, estas cuatro cadenas televisivas, más CNN y MSNBC, que

operan por cable y satélite, y que en ese martes negro tuvieron una

audiencia de 7.7 millones y 4.2 millones de telespectadores,

respectivamente, transmitieron con indudable celeridad los atentados

acaecidos en la costa este del país ese 11 de septiembre, aunque con

similar rapidez también mostraron sin recato una faceta que siempre

intentan ocultar: su incondicional supeditación a los esquemas de poder

que prevalecen en Washington y Wall Street.

Es más, a partir de la mañana de ese día por las pantallas y a todo

color salieron a la luz otras manchas que cada vez les resultan más

difíciles de tapar: información parcial y tendenciosa, datos insuficientes,

utilización de fuentes alineadas con el establishment político y el

complejo industrial-militar, carencia de ética y de conocimientos.

Por un lado todas las cadenas ofertaron al televidente cautivo cientos y

cientos de veces las imágenes de la catástrofe desde todos los ángulos

posibles, provocando desde el principio la imposición de una determinada

agenda política y económica, y difundiendo hasta la saciedad un discurso

sospechosamente coincidente con los lineamientos marcados por

Washington. Por el otro y desde las primeras horas de las transmisiones

prácticamente en cadena nacional, no pudieron evitar que su

credibilidad, al igual que los rascacielos neoyorquinos, se derrumbara

estrepitosamente.

Si bien a estas alturas es prematuro elaborar un análisis exhaustivo del

rol de los medios estadounidenses en el ejercicio del imperialismo

mediático ejecutado ese 11 de septiembre y días subsiguientes, de cómo en

unas cuantas horas lograron regular la conducta de la población para que

ésta aceptara y apoyara tesis guerreristas sin la más mínima reflexión,

y de qué consecuencias tendrá ésto para la convivencia pacífica entre

las naciones e incluso en el ámbito de los derechos civiles de los

estadounidenses, intentaremos una recapitulación en torno a los

acontecimientos que una de las empresas mediáticas tituló "Ataque contra

América."

Sin el menor propósito de minimizar la tragedia, en la que por cierto

perdieron la vida varios cientos de inmigrantes latinoamericanos, los

hechos pueden resumirse así: cuatro aviones Boeing de pasajeros en ruta

hacia California -dos pertenecientes a United Airlines y dos a American

Airlines- fueron secuestrados por comandos que actuaron con asombrosa

sincronía. Dos tuvieron como blanco a las torres gemelas del Centro de

Comercio Mundial, uno se impactó en el Pentágono, sede del poder bélico

de Estados Unidos y el cuarto acabo estrellándose en una zona rural al

sureste de Pittsburgh, Pennsylvania.

El despliegue informativo fue extraordinario. El desplazamiento de

camarógrafos al lugar de los hechos funcionó de manera tal que el

segundo impacto, en la torre sur del World Trade Center, fue transmitido

en vivo, mientras aun se narraba lo ocurrido en la torre norte.

Asimismo, un valiente fotógrafo de AP lograba dos gráficas que desde ya

pueden considerarse históricas. Posicionado a ras de suelo, captó como

se le venían encima los escombros de uno de los rascacielos y apenas

tuvo tiempo para salvarse. Poco antes también tomó la gráfica de una

persona desesperada lanzándose al vacío. Esas fotos -no así la autoría

del fotorreportero- se reprodujeron en cientos de periódicos, tanto en

Estados Unidos como en otras partes del mundo. Lo mismo pasó con los

videos de las cadenas televisivas que, además de las tomadas por sus

propios equipos, hechó mano de las que les proporcionaron camarógrafos

independientes que estuvieron en el lugar adecuado en el momento

preciso.

Y si aceptásemos la premisa acuñada en los sesentas por Walter Cronkite,

uno de los íconos más respetados entre los conductores norteamericanos

de noticieros, en el sentido de que los medios audiovisuales son los más

confiables debido a que "la imagen no miente" podríamos pensar que sobre

la tragedia neoyorquina la televisión proporcionó información

fehaciente. Pero ¿Fue así? Ni remotamente. Citamos al profesor italiano

Giovanni Sartori (Homo Videns, pag.100 y sg.):

"En general, y genéricamente, la visión en la pantalla es siempre un

poco falsa, en el sentido de que descontextualiza, pues se basa en

primeros planos fuera de contexto. Quien recuerda la primera guerra que

vimos (y perdimos) en televisión, la guerra del Vietnam, recordará la

imagen de un coronel survietnamita disparando a la sien de un prisionero

del Vietcong. El mundo civil se quedó horrorizado. Sin embargo, esa

imagen no mostraba a todos los muertos que había alrededor, que eran

cuerpos horrendamente mutilados, no sólo de soldados americanos, sino

también de mujeres y niños. Por consiguiente, la imagen de la ejecución

por un disparo en la sien era verdadera, pero el mensaje que contenía

era engañoso. (...) La verdad es que para falsear un acontecimiento

narrado por medio de imágenes son suficientes unas tijeras. Además, no

es absolutamente cierto que la imagen hable por si misma. Nos muestran a

un hombre asesinado. ¿Quién lo ha matado? La imagen no lo dice; lo dice

la voz de quien sostiene un micrófono en la mano; y el locutor quiere

mentir, o se le ordena que mienta, dicho y hecho".

Y ya que mencionamos contexto y muertos y cuerpos mutilados,

no podemos dejar pasar este aspecto fundamental: ¿Alguien pudo ver en su

aparato, así fuese de pasada, al menos un cadáver? Difícilmente.

Haciendo un cálculo nada científico pero si con algo de sentido común se

sabía desde el principio que los muertos -o "bajas colaterales" en el

argot guerrero de la nación más poderosa del planeta- serían cientos,

seguramente miles. Se deducía ésto sin mucha dificultad, tan sólo con

saber que en los edificios colapsados trabajaban unos 50 mil empleados y

otro tanto acudía allí cotidianamente en horas laborables para realizar

gestiones en alguna de las 700 compañías que ocupaban los rascacielos.

Notablemente, fue muy poco lo que los medios mostraron en este caso. Y

no fue por falta de material videográfico. Erik Sorenson, presidente de

la MSNBC, citado en la prensa, reconocía la existencia de imágenes

obtenidas por uno de los camarógrafos de la cadena, si bien el material

nunca fue divulgado:

"Algunas de las imágenes eran horribles. Había sangre, había pedazos de

cuerpos (pero) decidimos no mostrar demasiado. ¿Qué puede ser más

horrendo y gráfico que un edificio de 110 pisos explotando y

desintegrándose justo frente a tus ojos?".

¿Autocensura? ¿Pudor profesional?

Es sabido que en los manuales de las estaciones de televisión se

desalienta, por no decir se prohibe, el uso de imágenes que le arruine

el almuerzo o la cena a los televidentes. Y más si esas imágenes pueden

afectar la memoria colectiva. Y más si los muertos son los de casa. Por

eso, en la tragedia neoyorquina en lugar de abrir más el espectro

informativo, sin el menor recato las cadenas se limitaron a dos aspectos

(o "ángulos" si queremos recordar la jerga periodística):

La repetición ad nauseam del impacto de las aeronaves y el derrumbe de

las torres gemelas, y la afirmación, machacosa y sin fundamento, de que

el supuesto autor intelectual de los atentados era Osama bin Laden, a

quien George W. Bush le firmó sentencia de muerte.

A Bin Laden nos lo mostraron unos cuantos segundos, disparando una

AK-47, en imágenes de archivo, y todos los conductores hablaron de él

hasta la saciedad. Origen, fortuna, su perfil "terrorista" y su

"exacerbado antiamericanismo". Se regodearon haciendo juegos de

imágenes: avión impactado, rostro de Bin Laden; torres desplomándose y

otra vez la cara del saudita acusado. Pero muy poco dijeron sobre el

hecho de que Bin Laden recibió entrenamiento, armas y financiamiento de

la CIA.

Los magos de los slogans

Casi simultáneamente a la transmisión de las primeras escenas de la

conflagración, la CNN acuñó el lema Ataque contra América, el cual

reflejaría la línea confrontacional y guerrerista que manejarían las

otras cadenas televisivas, la mayoría de sus conductores, los llamados

expertos en terrorismo y todos los funcionarios de gobierno que

aparecieron en pantalla, desde el presidente hasta el burócrata de bajo

rango.

Música lúgubre antecedía a las intervenciones de los "anchormen",

quienes agregaban, con su voz perfectamente modulada y una expresión

facial acorde a las circunstancias, un toque de tremendismo. Y vaya que

accionaron con eficacia.

Aquí vienen a la mente algunos términos que se utilizan en el mundo

televisivo de la América sajona: priming (literalmente, aplicar en

alguna superficie la base de un barniz o sellador), cuando se habla de

cómo la selección de noticias en dicho medio busca permear, modificar la

conducta del televidente en relación a algún hecho; infotainment (suma

de los vocablos information=información y entertainment=diversión), para

definir las noticias aderezadas con elementos divertidos, a efecto de

hacerlas más digeribles, y advertorial (combinación de

advertisment=anuncio pagado y editorial=material noticioso) cuando se

trata de algún reportaje hecho por encargo pero disfrazado de trabajo

periodístico.

Fundamentalismo mediático

Los conductores (anchormen, hombres clave) se desenvolvieron así las

primeras horas posteriores a los atentados:

Tom Brokaw, de NBC, reportó que el Frente Democrático para la

Liberación de Palestina (FDLP) se había adjudicado el secuestro de los

aviones de línea comercial. Su "fuente confidencial" fue desmentida por

un vocero autorizado del FDLP en declaraciones a la agencia de noticias

inglesa Reuters.

Dan Rather, de la CBS, definió a los responsables de los atentados como

"esa gentuza odiosa y malévola," aseguró que Estados Unidos podía dejar

en la penumbra a Afghanistan "pero tendremos que esperar," y cerró filas

con George W. Bush. "Sólo espero que (el presidente) me diga donde me

alineo"

Peter Jennings, de la ABC, anticipándose a las declaraciones oficiales

en torno a las posibilidades de una ofensiva estadounidense se

proyectaba como un experto en táctica militar: La respuesta, amenazaba

el conductor, deberá ser drástica para que sea efectiva.

Uno de los analistas de cabecera de la ABC, Vincent Cannistraro, fue

llamado a cámara y puso en contexto los hechos para millones de

televidentes. Sepamos cuales son los atributos para que a Cannistraro se

le considere "experto en terrorismo".

Ex funcionario de la Agencia Central de Inteligencia (Central

Intelligence Agency, CIA) fue responsable de las operaciones de la CIA

con la Contra nicaragüense en la década de los ochenta. En 1984 se

integró al Consejo de Seguridad Nacional (National Security Council,

NSC), donde se convirtió en el supervisor de acciones encubiertas para

apoyar a las guerrillas afganas que luchaban contra el ejército de la ex

Unión Soviética.

Es decir, el experto de la ABC cuenta con amplio historial como asesor

de terroristas: primero, los soldados de la Contra que rutinariamente

asesinaban civiles nicaragüenses; después, los rebeldes mujaidínes de

Afganistán, entre los que se encontraba Osama bin Laden.

¿Cómo se explica que alguien como Cannistraro esté en la nómina de una

de las cadenas televisivas más importantes de Estados Unidos y se le dé

credibilidad y prominencia? Simple y sencillamente omitiendo el amplio

curriculum del "experto".

En otros frentes la situación fue similar. Se llegó al extremo de

entrevistar, como conocedor del tema que todos los conductores manejaron

día, tarde y noche, al escritor Tom Clancy, novelista de cabecera del ex

presidente Ronald Reagan, quien con gusto aporreó los tambores de guerra

y pidió un cheque en blanco para que la CIA pudiese recurrir a cualquier

método en la cacería de brujas que ya se veía venir. Y con el mismo

tenor, los halcones que andaban agazapados por allí tuvieron una vez más

horario estelar. Los Ex secretarios de Estado Henry Kissinger (Richard

Nixon), y Lawrence Eagleburger (George Bush Sr.), y generales como

Norman Schwarzkopf (Tormenta del Desierto) se dieron vuelo demandando

acción e identificando supuestos culpables.

Una cadena televisiva que supuestamente realiza sus producciones y

presenta una programación al margen del comercialismo es la PBS (Public

Broadcasting System). Cuenta con un relativo prestigio y cierta

credibilidad. Ya que un buen porcentaje de sus ingresos proviene de

diversas instancias gubernamentales, se supone que sus programas sean

balanceados y le hagan contrapeso a la televisión corporativa. No

obstante, de la PBS salió una de las declaraciones más ominosas.

En entrevista con Jim Lehrer, conductor del noticiero estelar de la PBS,

Bill Kristol, editor del Weekly Standard, propiedad de Rupert Murdoch,

filtraba la noticia de que el gobierno de Estados Unidos relacionaría a

Bin Laden con Sadam Hussein, y revelaba que como parte de esta

estrategia se planeaba emitir una declaración de guerra contra Iraq para

"terminar el trabajo inconcluso".

Con todo este "priming" aplicado convenientemente, entraron en acción

las fuentes gubernamentales.

El Secretario de Estado Colin Powell denunció a "aquellos que creen que

con la destrucción de edificios y el asesinato de personas pueden llegar

a alcanzar objetivos políticos." Por supuesto que el ex militar se

refería a los responsables de los atentados en Manhattan, Washington,

D.C. y Pittsburgh, y no a alguno de los operativos en los que participó

durante su carrera militar.

Por su parte, los congresistas y senadores, tanto los republicanos como

los demócratas, dedicaron todo su tiempo disponible para exigir más

recursos para las fuerzas armadas. Un senador, entrevistado por la CNN,

afirmó que no quería escuchar a nadie que pidiera más dinero para los

sectores educativo y de salud, pues "sólo debemos tener una prioridad,

la autodefensa".

La prensa "seria"

"Los Estados Unidos se encuentran en uno de esos afortunados y raros

momentos históricos en el que pueden moldear el mundo a su antojo."

(Revista Time, en su edición del 10 de septiembre del 2001.)

Una convención difícil de refutar indica que la prensa escrita es seria,

mesurada y creíble. La cosa es que, comparada con la televisión, los

medios impresos alcanzan a un público escaso. En Estados Unidos, entre

1970 y 1993, los diarios perdieron casi una cuarta parte de sus

lectores.

Por contraste, el tiempo que pasa un norteamericano medio viendo

programas de televisión ha aumentado, de tres horas diarias en 1954, a

más de siete en 1994. Los niños de edad preescolar ven tres horas de

televisión al día, y los muchachos de entre seis y doce años se pasan

diariamente cinco horas frente al televisor. Es decir, hoy por hoy, un

gran porcentaje de la población estadounidense pertenece al grupo que

Sartori identifica como el Homo Videns, formado por las grandes cadenas

de televisión de este país y que está compuesto por ciudadanos que saben

casí nada de política y que se interesan por trivialidades.

En su obra Divirtiéndonos hasta morir: el discurso público en la era del

negocio de los espectáculos (Viking Press, 1985) Neil Postman afirma que

"con toda probabilidad, los (norte)americanos son en la actualidad la

población que más entretenimiento tiene al alcance pero también es la

menos informada del mundo occidental".

Asentado esto, es de justicia reconocer que los diarios de circulación

nacional realizaron un trabajo digno, sobre todo en los llamados géneros

informativos. Las notas, reportajes y entrevistas que aparecieron en los

periódicos The Washington Post y The New York Times, por seleccionar los

rotativos de las ciudades azotadas por la tragedia, se distinguieron por

reportar y destacar los hechos concretos, sus respectivas secciones de

noticias internacionales incluyeron datos y contexto que la televisión

no abordó, y documentaron con datos concretos las diversas versiones que

sobre los acontecimientos se delineaban hasta el momento.

Pero, todo ese trabajo quedó rebasado y en segundo plano. Lo importante,

lo que marcó pautas fueron los editoriales y los artículos de opinión.

The New York Times asentó:

"Nadie puede estar al margen de este conflicto. Cuando Washington se ha

preparado para actuar en el pasado, frecuentemente ha sido obstaculizado

por aliados de corazón blando. Algunos de los amigos más cercanos de

América han encontrado más útil hacer negocios con países que han

apoyado terroristas en su tierra, han sido indiferentes hacia ellos o

han tenido temor de ir tras ellos. América debe hacerle saber a sus

socios económicos y a sus aliados que ellos no pueden estar al margen de

este conflicto global."

A su vez, el Washington Post editorializó:

"Con serenidad y determinación, la nación se debe preparar para la

primera guerra de este nuevo siglo, guerra que debe comenzar por

identificar y castigar a los autores del asesinato masivo de ayer pero

que también debe continuar hasta que todas las fuentes de apoyo a los

terroristas sean eliminadas. (...) En el pasado Estados Unidos ha

actuado con cautela para enfrentarse a regímenes ligados a ataques

terroristas contra Estados Unidos, como Irán en el caso de las bombas a

las torres Khobar en 1996 en Arabia Saudita o Afganistán en el caso de

las bombas a las embajadas en Kenia y en Tanzania en 1998 por parte de

la organización de Osama bin Laden. Esto no se puede tolerar más. Se

debe armar una alianza internacional que identifique y elimine todas las

fuentes de apoyo a las redes terroristas que puedan atacar a los

Estados Unidos. Si es necesario hay que actuar solos."

Steve Dunleavy, columnista del New York Post sintetizó magistralmente la

letra y el espíritu, el tono y la intención, la sentencia y el

vaticinio: "Simplemente exterminen a esos bastardos. Y no, no se trata

de que se les persiga, se les arreste, extradite y se les abra un juicio

en algún tribunal. Lo que quiero decir es que se apliquen medidas más

expeditas y directas a esa manada de cobardes. Hay que darles un balazo

entre los ojos, hacerlos añicos y, si es necesario, envenenarlos (y) en

lo que respecta a las ciudades o naciones que acogen a esas lombrices,

hay que bombardearlas hasta reducirlas al tamaño de una cancha de

basketball".

"No puede pasar un día de infamia sin que se fomente la ira. Dejémonos

llevar por la ira (y) delineemos una política de brutalidad

focalizada." Revista Time, en su edición especial sobre los

acontecimientos del 11 de septiembre.

Los que mandan aquí

La sorprendente unanimidad, el tratamiento homogéneo del tema, las

coincidencias en editoriales, en los ángulos de los articulistas, en las

versiones de los conductores de noticieros en televisión podrían

atribuirse a una reacción instintiva y solidaria ente la tragedia. Pero

¿Será por eso?

No resulta ocioso recordar quién controla los medios en Estados Unidos.

Vamos a ver:

America On Line/Time Warner. Formalizada su fusión en enero de este

año, en lo que se considera la consolidación de medios más grande de la

historia, esta empresa controla estudios cinematográficos, proveedores de

servicios de internet, compañías productoras de música, cadenas y

canales de televisión, con la CNN a la cabeza, proveedoras de televisión

por cable, editoras de libros y revistas, además de ser propietaria de

varios equipos deportivos.

VIACOM/CBS. Formada en mayo del 2000, esta megaempresa es la número dos en el mundo. Propietaria de cadenas y estaciones radiales y de

televisión, proveedores de internet, controladora del cotizado canal

juvenil MTV y del infantil Nickelodeon, de productoras de películas, de

salas de cine, de las tiendas de video Blockbuster, varios parques de

diversiones y diversas editoriales.

Walt Disney/ABC. Tercera en el rubro. Dueña de siete empresas

productoras y distribuidoras de películas, proveedores de servicios por

internet, de productoras musicales, de varias cadenas de televisión y de

radio, de parques de diversiones, de equipos deportivos, de cruceros, de

editoras de libros, revistas y periódicos.

News Corporation. Con oficinas centrales en Australia, el imperio

mediático de Ruperth Murdoch se extiende por América, Asia, Europa y

Australia. A punto de adquirir DirectTV, la mayor proveedora de

televisión por cable en Estados Unidos. Controla varios estudios

cinematográficos, la Twentieth Century Fox, entre otros. También

proporciona servicios de internet. En Norteamérica es dueña de la cadena

nacional Fox y de 22 de sus estaciones afiliadas, de varios equipos de

béisbol, hockey, basketball, de estadios deportivos, de editoriales de

libros y revistas y también de periódicos.

General Electric/NBCGeneral Electric es líder mundial en la producción de artículos electrónicos pero también controla una buena cantidad de empresas de información. Además de la cadena NBC, es dueña de estaciones de televisión, cable y radio en los mercados más importantes de Estados Unidos. En sociedad con Microsoft cuenta con la MSNBC, que transmite por cable y satélite. Propietaria de empresas de seguros, de financieras, de internet, de transportes, de satélites y de empresas productoras de tecnología de punta.

Después de este selecto grupo, que podríamos designar como las ligas

mayores, sigue otro grupo, digámosle de triple "A". Están aquí , sobre

todo, monopolios de la prensa escrita.

Dow Jones. Propietaria del periódico Wall Street Journal que, con los

cambios cosméticos de rigor, aparece en 28 países, y que también

controla una veintena de diarios en Estados Unidos. Oferta un servicio

de noticias especializado en finanzas.

Gannett. Empresa dueña del único periódico de circulación nacional en

Estados Unidos, USA Today, que cuenta con una edición adicional los

fines de semana. Además tiene otros 108 diarios en 40 estados de la

Unión. Algo destacable, a través de su empresa Army Times Publishing

Company, publica siete rotativos para las Fuerzas Armadas

estadounidenses.

The Hearst Corporation. Tiene una veintena de diarios, la mayoría en el

estado de Texas, 15 revistas de información general y otras 15 de

información especializada, además de un servicio noticioso.

Knight Ridder. Segundo consorcio editorial del país. Cuenta con 34

diarios metropolitanos y 18 suburbanos. También tiene inversiones en

otras 12 empresas mediáticas.

The New York Times. 25 periódicos en 9 estados del país. Publica, en

una joint venture con el Washington Post, el International Herald

Tribune. También proporciona servicio de noticias.

Tribune Company. Cuenta con 15 periódicos en 7 estados. Además, tiene

otras 15 publicaciones que distribuye por internet, dirigidas a los

llamados "mercados étnicos", es decir a grupos minoritarios como los

afroamericanos y los hispanoparlantes.

The Washington Post Company. Publica 15 periódicos y la revista Newsweek edición nacional e internacional, ambas en inglés, y las respectivas en japonés, coreano y español. También publica Itogi, semanario en ruso, Tempo, en griego, y varias revistas especializadas en negocios y

convenciones empresariales. También hay que destacar que imprime 11

periódicos militares.

Advance Publications. Esta empresa, de capital privado, tiene 35 diarios

en 15 estados del país: The Oregonian (Portland), The Times-Picayune

(New Orleans) y el Plane Dealer (Cleveland), y 35 revistas de

circulación nacional, entre las que destacan el New Yorker, Vanity Fair

y Vogue.

Community Newspaper Holdings, Inc. Esta empresa controla 214 periódicos

diarios y semanarios, de diverso tiraje. Tiene presencia en 23 estados,

sobre todo en la región centro y sur del país. Sólo en dos estados

cuenta con 70 rotativos: 46 en Oklahoma y 24 en Texas.

Por supuesto que la lista anterior no es exhaustiva. Dejamos fuera a la

Sony japonesa y la alemana Bertelsmann, que también podrían figurar con

derecho propio junto a las cinco grandes empresas mediáticas que figuran

entre las primeras mencionadas arriba. La decisión obedeció al hecho de

concentrarnos en las corporaciones comunmente identificadas como

estadounidenses.

Existen, además, otra veintena de empresas que cuentan con un número

considerable de medios impresos y electrónicos, pero no con la

visibilidad o la importancia de las aquí incluídas.

Se notará, asimismo, que en el texto no se ha mencionado el papel que la

radio jugó en la cobertura de los sucesos del martes negro. Una de las

razones, si bien no la única, estriba en el hecho de que en el ámbito de

los medios electrónicos, la radiodifusión en Estados Unidos ocupa,

cuantitativa y cualitativamente, un lugar marginal.

Aun así, es pertinente mencionar que al menos una empresa radial sí

llevó a cabo una acción que debe consignarse.

Tocó el honor a la Clear Channel Communications, a la cual en español

podríamos llamar Comunicaciones Canal Claro, es decir un medio

transparente, libre.

Resulta que la dirección de la empresa envió una carta a los directores

de programación de las aproximadamente mil 500 estaciones de radio que

la CCC tiene a lo largo y ancho del país, con la "recomendación" de que

sacaran del aire más de 160 canciones que, de cara a la tragedia

neoyorquina y washingtoniana "podrían lastimar la sensibilidad de los

radioescuchas". Sin mayor comentario, basta con mencionar dos de los

títulos y a sus autores: Blowin' in the wind, de Bob Dylan. Imagine, de

John Lennon.

Las alternativas

Sabemos que en la actualidad los medios masivos de información cruzan

sin problema las barreras y las fronteras de todo tipo: culturales,

geográficas y hasta idiomáticas, y que ante este poder abrumador,

quienes nos encontramos laborando en los medios alternativos podríamos

sentir que estamos condenados a la derrota, y que las manifestaciones de

prensa alternativa están destinadas a desaparecer. Todo lo contrario.

En estos tiempos, cuando apenas siete u ocho grandes pulpos controlan un

abrumador porcentaje de los medios masivos de información unilateral y

determinan lo que leemos, escuchamos y vemos, en Estados Unidos surgen

como contrapartida -¿antídoto?- un sinnúmero de medios alternativos.

Por supuesto que hay que tener claro que estos medios, para realmente

serlo, deben plantearse, como mínimo, convertirse en factor de cambio

social. Aspiración legítima también es el enfrentarse, en el campo

profesional, a los proyectos empresariales que lucran y se enriquecen a

costa de la necesidad que los seres humanos tenemos de comunicarnos y saber qué ocurre en el mundo en que vivimos.

En la Unión Americana existen cientos y cientos de publicaciones,

canales de televisión y estaciones de radio comunitarios que se ubican

en la trinchera de los medios alternativos, y que en un ambiente hostil,

escéptico, día con día intentan hacer la diferencia. Cierto, no cuentan

con los recursos multimillonarios de la CNN, la CBS, la NBC, pero en

conjunto alcanzan a cientos de miles de personas que son polos de

opinión progresista a lo largo y ancho del país.

Esos medios son los que publican y transmiten cotidianamente escritos,

entrevistas y comentarios de intelectuales del calibre del historiador

Howard Zinn y del profesor y lingüista Noam Chomsky;

los que dedican no 15 ó 30 segundos a "análisis" de la noticia, sino 30

ó 60 minutos a periodistas del calibre de Laura Flanders y a críticos de

los medios como Jeff Cohen o Norman Solomon, o, para tal caso, al

destacado escritor Edward S. Herman, de quien citamos parte de un

artículo que publicó, en diversos medios alternativos, en torno a lo

ocurrido ese 11 de septiembre pasado:

"Una de las características más perdurables de la cultura de los Estados

Unidos es la incapacidad o resistencia para reconocer los crímenes de

los Estados Unidos. Los medios desde hace mucho tiempo exigen a los

japoneses y alemanes que admitan sus culpas, pidan perdón, y paguen indemnizaciones. Pero la idea de que este país ha cometido crímenes enormes, y de que eventos recientes como los ataques al World Trade Center y al Pentágono puedan tener raíces en una respuesta a estos crímenes, es casi inadmisible." En su editorial sobre estos ataques ("La Defensa Nacional", 12-9), el New York Times concede algo de peso a la terminación de la Guerra Fría, con el consecuente "resurgimiento de odios étnicos", pero que los Estados Unidos y otras potencias de la OTAN hayan contribuido a tal resurgimiento a través de acciones directas (Por ejemplo, ayudando a desmantelar la Unión Soviética y ejerciendo presión en la "reforma" rusa; dando estímulo a la salida de eslovenos y croatas de Yugoslavia y al desmembramiento de ese estado, sin preocuparse por el problema de las minorías que quedaban rezagadas, etc.) no es

reconocido en lo absoluto.

El Times pasa luego a culpar por el terrorismo al "fanatismo

religioso... la ira entre los que se quedaron en el camino de la

globalización", y al "rechazo por la civilización occidental y los

valores culturales" entre los desposeídos globales. Las pantallas y el

auto-engaño en esa afirmación realmente desbordan cualquier

razonamiento. Como si la globalización corporativa, apoyada por

Washington y sus aliados más cercanos, con ayuda de la Organización

Mundial del Comercio, el Banco Mundial y el FMI, no hubieran desatado un

proceso de empobrecimiento masivo en el Tercer Mundo, con recortes

presupuestarios y devastación implícita de los artesanos y pequeños

campesinos. Muchos entre estos cientos de millones de perdedores saben

el papel que han jugado los Estados Unidos en este proceso. Es el

público estadounidense el que ha sido mantenido por mucho tiempo en la

ignorancia.

Vastos números de personas han sufrido también las políticas de Estados

Unidos de apoyo a dictaduras de derecha y al terrorismo

de estado, políticas que combaten "regímenes nacionalistas apoyados en

gran parte mediante apelación a las masas" que

amenazan con responder a "una creciente demanda popular de una mejoría

inmediata en los bajos estándares de vida de las masas", como expresaba

con temor el reporte de 1954 del Consejo de Seguridad Nacional, cuyo

contenido nunca llegó a considerarse "apto para su impresión".

En conexión con tales políticas, dentro de la esfera de influencia de

Estados Unidos surgió una docena de Estados de Seguridad Nacional entre

los años sesentas y setentas, y tal y como reportamos Noam Chomsky y yo

en 1979, de 35 países que empleaban la tortura como procedimiento

administrativo básico a finales de los setentas, 26 eran estados

clientes de Estados Unidos. La idea de que muchas de esas víctimas de

torturas y sus familias, y las familias de miles de

"desaparecidos" en América Latina desde los años sesenta hasta los

ochenta, puedan albergar algún sentimiento negativo hacia los Estados

Unidos sigue siendo impensable para los comentadores de dicho país.

Qué Hacer

En el verano de 1996, varios miles de personas se reunieron en el

suroriental estado de Chiapas, para participar en el Primer Encuentro

Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo. Allí se

planteó crear "una red de comunicación entre todas nuestras luchas y

resistencias. Una red intercontinental alternativa contra el

neoliberalismo."

Es necesario, acordaron los participantes de la mesa de trabajo "Medios

de comunicación como camino a la libertad", garantizar la comunicación

en todas sus formas, desde las tradicionalmente utilizadas por las

comunidades campesinas, hasta los medios electrónicos más sofisticados,

como herramientas en la lucha contra el poder del dinero.

En el punto número dos de la Segunda Declaración de la Realidad se

destacó que la red intercontinental de comunicación alternativa "buscará

todos los canales para que la palabra camine todos los caminos (y) será

el medio para que se comuniquen entre sí las distintas resistencias."

En el discurso de clausura, el Subcomandante Marcos, vocero de la

organización convocante, el EZLN, fundamentaba la necesidad de crear una

red de voces y resistencias que se opusiera a la guerra "de los que en

el poder viven y por el poder matan. (De) ese mundo del dinero, el que

gobierna desde las bolsas de valores".

El 3 de agosto de 1996, Marcos escribía algo que de manera natural se

puede empalmar a los reclamos de quienes en Estados Unidos y el mundo seoponen en estos momentos a la campaña guerrerista declarada por George W. Bush. El "Sup" denunciaba, en esa soleada tarde en la Selva

Lacandona, a la "estúpida carrera armamentista nuclear, destinada a

aniquilar a la humanidad de un solo golpe". Y -agregaba- con el arma

nuclear se ha pasado a la absurda militarización de todos los aspectos

de la vida de las sociedades nacionales, militarización destinada a

aniquilar a la humanidad en muchos golpes, en muchas partes y de muchas

formas.

Prevenía, sobre todo, ante las posibilidades de "una guerra mundial, la

más brutal, la más completa, la más universal, la más efectiva".

Uno a su vez plantea, en esta tierra y en este instante, en su condición

de periodista ¡No a la guerra!

Nota: Pide el autor, a quien lea este trabajo que repase el discurso

leído por el presidente norteamericano el pasado jueves 20 de

septiembre.