Algunos desafíos del periodismo en la era unipolar

Ricardo Horvath, Argentina

Es más fácil engañar a una multitud que a un solo hombre

Paul Virilio

El lingüista estadounidense Noam Chomsky se pregunta ¿cómo es posible que se convenciera a tantos millones de ciudadanos norteamericanos que las guerras emprendidas por su país y las invasiones militares en tierras lejanas eran justas?. Su conclusión —que ha quedado expresada en sus dos últimos libros publicados en Buenos Aires, Cartas de Lexington y Actos de agresión– es que esto tuvo su concreción gracias a la propaganda belicista de los así denominados "medios de comunicación". Dice que el consenso fue entonces fabricado a través de la información masiva, afirma que ésta no circula libremente y que la misma es objeto de un control autoritario por parte de las grandes empresas y la elite adinerada de los Estados Unidos. Uno de sus ejemplos se basa en el papel manipulador realizado por The New York Times en relación con el conflicto entre Israel y Palestina apoyando a rajatabla la política exterior estadounidense. Puede entonces verificarse la coincidencia entre Chomsky y el francés Paul Virilio en la frase del acápite expresada en el libro El arte del motor.

No son los únicos intelectuales preocupados por esta cuestión. La misma viene de lejos. Ya en 1915 el austríaco Karl Kraus se preguntaba: "¿cómo está gobernado el mundo y cómo se lo conduce a la guerra?. Los diplomáticos mienten a los periodistas, y luego les creen cuando los leen". Hoy día el italiano Giovanni Sartori (20/10/98 en el diario porteño La Nación) asegura: "La TV produce imágenes y anula los conceptos, y de este modo atrofia nuestra capacidad de abstracción y toda nuestra capacidad de entender (...) La democracia es, según creo, un gobierno de opinión, y la opinión la da la televisión. Esto es un círculo vicioso donde la opinión depende de la TV, la cual dice que refleja la opinión del pueblo. Pero esto no es cierto, porque la opinión del pueblo es un reflejo de la televisión". Para Chomsky —y el manejo de la información con respecto al atentado de setiembre de 2001 a las torres gemelas de Nueva York y al Pentágono lo prueba—"hay que controlar al rebaño desconcertado". ¿Cómo hacerlo? Se pregunta y se responde que, decididamente, controlando su información y su pensamiento mediante la propaganda patriotera, belicista, expansiva, agresiva y ocultando sistemáticamente todo lo que moleste.

Giovanni Sartori también es claro en sus definiciones: "Antes de proclamar que la privatización mejora las cosas, es bueno tener presente que para los grandes magnates europeos de hoy —los Murdoch o los Berlusconi— el dinero lo es todo, y el interés cívico o cultural es nulo. Y lo irónico es que Berlusconi y Murdoch, en su escalada hacia los desmesurados imperios televisivos, se venden como demócratas". Ya lo había dicho José Lezama Lima: "La cultura en la radio y en la televisión dependerá de la cultura en que se encuentren insertadas". Podemos observar en esta frase una polisemia (palabra poco usual que se refiere a una doble lectura de un mismo texto): por un lado se puede colegir que hay que cambiar la radio y la tevé si queremos tener un país culto; por otra parte y más profundamente, se puede entender que no hay nada que esperar de los medios de difusión del capitalismo y por ende hay que modificar las estructuras del país, revolucionarlo, para cambiar así los parámetros culturales que a su vez nos brindarán una radio y televisión distintas, que sean medios de ilustración, como los define Fidel Castro.

En los años 80 algunos estudiosos del tema comunicacional alertaban: "Un manojo de organizaciones mamuts privadas han comenzado a dominar el mundo de los medios masivos. La mayoría de ellas anuncia confidencialmente que para los ’90 ellas —cinco a diez corporaciones gigantes— controlarán la mayor parte de los más importantes diarios, revistas, libros, estaciones de radio y televisión, películas, grabaciones y video-casetes del mundo" (Ben Bagdikián en Los dueños de la aldea global). Por los mismos años el economista y comunicólogo norteamericano Herbert I. Schiller sostenía una tesis que el tiempo se ocupó de certificar como valedera: "Hoy el imperialismo de los medios de comunicación es indistinguible del imperialismo. Ahora incorpora una parte vital de la economía, así como también la esencia cultural del imperialismo".

Los documentos yanquis de Santa Fe I y II son clarísimos. Allí se expresa textualmente que "el objetivo de la guerra lo constituyen las mentes de la humanidad. La ideopolítica habrá de prevalecer (...) La educación es el medio por el cual las culturas retienen, transmiten y hasta promueven su pasado. Así quien controla el sistema de educación determina el pasado o como se ve a éste tanto como el futuro. El mañana está en las manos y en las mentes de quienes hoy están siendo educados (...) Debe iniciarse una campaña para captar a la elite intelectual iberoamericana a través de medios de comunicación tales como la radio, la televisión, libros, artículos y folletos, y también debe fomentarse la concesión de becas y premios (...) EE.UU. debería estimular tanto a través de programas públicos como privados el desarrollo de la empresa privada en América Latina y hacer intentos por acelerar la privatización de las industrias paraestatales (...) La USIA (Agencia de Información de Estados Unidos) es nuestra agencia para llevar a cabo la guerra cultural". Queda claro que no se terminó la historia ni han muerto las ideologías como pretendía Fukuyama. La globalización es la cara moderna de la colonización. La globalización es la forma moderna de explotación del hombre por el hombre. Es decir que se trata de una lucha de clases de nuevo tipo, a nivel internacional. Y esto requiere, a su vez, nuevas fórmulas de organización de los trabajadores en general y de los trabajadores de la cultura ( que eso son los periodistas) en particular.

En 1994 un hecho trascendental pasó casi de incógnito para la prensa argentina: la decimocuarta Conferencia de Plenipotenciarios de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT). La misma duró un mes y se realizó en el Kyoto International Conference Hall, de Japón. Su finalidad fue abordar políticas estratégicas para la UIT en el marco de la nueva relación internacional. El silencio sobre esta reunión puede interpretarse como un símbolo de la crisis que vive esa organización internacional en un mundo controlado por los grandes grupos monopólicos. Esto ya lo había abordado Schiller en El poder informático: "En estos últimos años, quienes establecen las directrices en los Estados Unidos han defendido los derechos de las radiodifusoras norteamericanas en cuanto a emplear la radiodifusión directa por vía satélite – cuando se disponía ya de ella– sin acatar las advertencias nacionales de ningún país. El argumento que emplearon alegaba que el propio mundo queda cubierto por la Constitución de los Estados Unidos. Ahora, por lo visto como ampliación de esa modesta interpretación, puede que se informe a la comunidad internacional de que no sólo los medios norteamericanos, sino también todas las empresas multinacionales yanquis, tiene derechos ilimitados sobre las comunicaciones mundiales porque están amparadas por la Declaración de Derechos de los Estados Unidos".

En efecto, los Estados Unidos han venido haciendo caso omiso —por ejemplo— de los reclamos realizados oportunamente por la UIT en torno a la utilización de ondas radiales y televisivas correspondientes a Cuba para las emisiones de las ilegales Radio y TV Martí. Caso que revela no sólo la ineficiencia del organismo internacional, sino de la etapa de crisis que vive la institución gubernamental en un mundo unipolar.

Esta conferencia puso de manifiesto, además, la disparidad creciente entre el norte y el sur en la esfera de las telecomunicaciones. No fue el reclamo de alguno de los países subdesarrollados, tal como ocurría en tiempos del Nuevo Orden Internacional de la Información y Comunicación. Muy por el contrario se trató de una reflexión del anfitrión, el ministro japonés de Correos y Telecomunicaciones Shun Oide, quien señaló que "en este entorno internacional más complejo, la cooperación y coordinación entre los países es más importante que nunca, en el empeño por conseguir el desarrollo máximo de las redes de telecomunicaciones del mundo". No es necesario saber leer debajo del agua para encontrar la interpretación de este texto...

Como ocurre en cada encuentro internacional de este tipo, se mostró la existencia de pobres y ricos en la aldea global. Los pobres se dedicaron a mendigar recursos bajo el eufemismo de "cooperación" para mejorar el desarrollo de sus comunicaciones, y anunciaron la panacea de la privatización en el sector, a punto tal que la misma organización gubernamental reclamó "el aumento de la participación práctica del sector privado en el proceso decisorio de la UIT".

Por si hacía falta todavía mayores indicadores sobre el rol de la información y la comunicación en el presente y el futuro inmediato, bastaría recordar los tres grandes principios sobre los cuales giró la reunión de Kyoto: "La UIT debe marcar el rumbo de la construcción de redes de telecomunicaciones mundiales bien equilibradas; la UIT debe formular una visión general de las futuras redes de telecomunicaciones mundiales y bien equilibradas; la UIT debe ser eficaz para sobrevivir en el mundo competitivo actual".

También se recordó que en los "países industrializados se da importancia creciente a la construcción de una infraestructura de la información como capital social". Esta cuestión reapareció en Buenos Aires en 1997 al presentarse en sociedad el Manual de Estilo del diario Clarín cuando uno de sus directivos expresó taxativamente que "la información es un bien social que circula como mercancía". Si la información es un bien social, si es un nuevo capital social, lo que habría que reclamar, exigir, es compartirla, distribuirla equitativamente o —en caso negativo— apropiarse de ella. Quizás sea la utopía del siglo XXI, el nuevo combate para "tomar el cielo por asalto".

Porque en realidad los dueños del poder no quieren discutir a fondo sobre la comunicación. Es algo que los argentinos hemos corroborado en estos tiempos crueles del neoliberalismo fundamentalista del mercado. Es algo que –a su vez– acaba de señalar con todas las letras Samir Amin en su último libro Crítica de nuestro tiempo. Allí reflexiona sobre como se efectúa la "producción" de las informaciones, su recolección, selección y transmisión que se ha vuelto un factor de suma importancia en la organización social en su conjunto, y como es tratada como una mercancía sometida a las leyes del mercado y no como un servicio público que obligaría a modificar "la composición del bloque de consumidores, distribuir de manera diferente la cobertura de los costos e imponerse criterios de elección que garanticen mejor la igualdad de acceso (o una menor desigualdad) y las condiciones de su empleo democrático".

El proyecto de Ley de Radiodifusión elaborado por especialistas de nuestro país que definía a la radiodifusión como un servicio público fue modificado por el Poder Ejecutivo debido a presiones empresariales y fue enviado al Parlamento sin esa definición, cambiándola por la más ambigua de "servicio de interés público". Y como si esto no fuera suficiente, la Cámara de Comercio de los Estados Unidos en la República Argentina, remitió un documento a los diputados en el cual reclaman por cambios en sus postulados con amenazas veladas tales como dejar de operar en el país (agravando entonces el desempleo); rechazando el doblaje a nuestro idioma del material fílmico importado (lo cual implicaría un agravamiento de la pérdida de identidad) y —utilizando el remanido argumento que se afecta la "libertad de prensa y expresión"— reclama la eliminación lisa y llana del artículo por el cual se exige un mínimo del 70% de programación de producción nacional.

En el mencionado libro de Amin, éste señala que "el debate en torno a esos verdaderos desafíos está por completo ausente del discurso dominante acerca de la ‘comunicación’, gracias a la adhesión de todas las corrientes del pensamiento social dominante a las tesis de la economía política del neoliberalismo mundializado, a la sumisión dócil de los posmodernistas, neomodernistas y demás a las exigencias de esta economía política (...) Se habla de la comunicación sin jamás precisar su contenido, siempre ignorado; se hace de ésta su propia finalidad. El ser humano se volvió un Homo communicans, ¡como si alguna vez hubiera dejado de serlo! Pero, detrás de esta caracterización, se oculta cierto concepto del Hombre de que se trata, que es el de un individuo dirigido desde el exterior, que reacciona a los mensajes con los que se le abruma, pero es incapaz de dirigirse a partir de su interior, es decir de actuar en sentido verdadero del término. Es el ideal del consumidor tal cual las empresas de publicidad desearían que fuera".

No hay tal comunicación a través de los medios de difusión. Es una falacia inventada por el norte desarrollado. Incluso impusieron al estudio del periodismo el nombre de carrera de comunicación. Ya en los inicios de la década del 30 del siglo pasado Bertolt Brecht había definido a la radio como un medio de distribución de la ideología dominante y proponía transformarla en medio de comunicación en manos de sus trabajadores. Comunicar, según la definición de Habermas, es tomar decisiones conjuntamente. ¿Qué clase de "comunicación" tenemos en la Argentina y en general en nuestro continente? ¿De qué hablamos cuando hablamos de comunicación? ¿Qué clase de participación o de decisión tienen los trabajadores en los medios en los cuales laboran? ¿Qué tipo de participación o de decisión tiene el pueblo consumidor de la basura que nos ofrecen los medios de difusión a diario?

En El arte del motor Paul Virilio reflexiona sobre el rol de los medios y nos recuerda que éstos estimulan la formación de una sociedad atomizada: son los motores de realidad que intentan manejar el cerebro de los pueblos. Virilio asegura que la televisión y la prensa disponen de un poder exorbitante al mentir por omisión cuando una información podría perjudicar sus intereses. Ninguna legislación limita su libertad de desinformar. Y esto es lo que vivimos a diario en la Argentina donde los medios determinan la agenda del público y machacan sobre ella hasta imponer criterios, para decir luego que están dando al público lo que éste pide. No hay pues tal "comunicación" que se pregona a los cuatro vientos por el sector empresarial propietario de los medios, y responsable de su concentración en pocas manos. En realidad el modelo nos está mostrando con total claridad que lo que existe no es libertad de prensa —por otra parte un fetiche burgués— sino de empresa. Que la libertad de expresión queda sometida al mercado. Y es por eso que puede repetirse sin temor a error lo expresado oportunamente por Herbert Marcuse: "Nadie hace (en la sociedad de consumo) lo que en realidad quiere y cada uno se habitúa a hacer lo que se le impone y condiciona por medio de las técnicas publicitarias y represivas".

Habrá que comprender, entonces, que los medios son algo demasiado importante como para dejarlos exclusivamente en manos de los dueños de los medios de difusión. Es que para ellos éstos son un negocio que les permite a su vez controlar a la sociedad y no paran en mientes con tal de lograr su objetivo. Es por eso que estamos viviendo esta etapa de TV basura y de falta de originalidad y contenido en los medios con los así denominados reality shows de bajo entretenimiento, de atomización, dispersión y confusión ideológica. Por eso estamos sometidos a una desinformación disfrazada de realismo. Por eso el más crudo amarillismo, la crónica roja, la manipulación y el confucionismo como método. Esta es la obra más acabada del neoliberalismo. Los dueños de los medios son los verdaderos dueños del país. Buscan que no se comprenda la realidad o que se la malinterprete. Imponen temas. Imponen políticas. Frenan la posibilidad de hacer cambios. De ahí la necesidad de abrir el debate sobre estas cuestiones, para comprender que los medios nos ofrecen solamente fragmentos de la realidad y que por eso terminan mintiendo, como cuando ocultan la verdad.

La sociedad argentina está en crisis. La degradación económica, política, social y cultural es más que evidente. El país está sometido a los dictados del Fondo Monetario Internacional y la privatización y el ajuste económico se aplican a rajatabla con el denominado "déficit cero", un palabrerío vacuo que no dice nada. En el llamado mundo globalizado la defensa de las culturas nacionales se hace imprescindible o se corre el riesgo de perecer. Mucho más en nuestro país donde NO se perciben intentos serios por incorporar a la moderna tecnología para el desarrollo independiente, donde las políticas culturales han quedado a merced del mercado, sin defensa, donde los trabajadores de la cultura son parias que deben emigrar. País donde los medios de difusión no cumplen su rol social, donde la radio y la televisión actúan como una droga que impide pensar, donde se persigue a los radiodifusores alternativos con la clausura y decomiso de sus emisoras, donde se intenta aplicar impuestos abusivos a los periódicos barriales de por sí agobiados por la falta de publicidad ante la crisis y el cierre de la pequeña y mediana empresa antes importante motor de la economía.

El investigador europeo Cees Hamelink en su obra Hacia una autonomía cultural de las comunicaciones mundiales nos recuerda que "el diseño de cualquier política nacional debe comenzar por preguntarse:’¿Qué clase de sociedad queremos y cómo vamos a lograrla?’. La respuesta será decisiva para definir el aporte que se espera de los procesos comunicacionales". En un país vasto como la Argentina, centralista, antifederal, dependiente de los centros de poder dominante en diversas etapas históricas, que ha asimilado con la inmigración diversas culturas, la clase dominante no ha sido capaz de implementar políticas culturales y comunicacionales que nos permitieran afianzar una identidad. La identidad implica una raíz común, conciencia sobre esa raíz, sobre la historia, sobre la memoria colectiva. Dos argentinas se hacen permanentemente presentes: la del poder y la subterránea, la de la cultura de elite y la de la cultura popular. La síntesis no ha sido lograda. Ni siquiera se la ha buscado. He ahí una tarea para los gobernantes. ¿Querrán encararla? La respuesta es NO. Y lo revela actualmente el intento de privatizar la cultura con la denominada Ley de Mecenazgo – un retorno a la Edad Media ya anticipado por Umberto Eco en el comienzo de los años 70– por la cual se volverá a beneficiar a los grupos empresarios con reducciones a sus impuestos y dejando en sus manos la determinación sobre qué es y qué no es cultura, a quién se le brindará apoyo y a quién no según sus propios intereses de clase.

No puede plantearse una política nacional de cultura y comunicaciones si no se recupera el rol del Estado. Y aquí hay que debatir, entonces, de qué Estado se trata. Nos consta que "el Estado es una máquina destinada a mantener la dominación de una clase por otra". Entonces se comprende el motivo por el cual hablamos de dos argentinas y el por qué de la existencia de dos argentinas. Para colmo de males en esta etapa neoliberal, de desregulación y privatización, las pocas conquistas populares logradas a partir de un estado puesto a buscar un equilibrio social(el llamado Estado de bienestar), han sido liquidadas. La globalización de la economía, la política y la cultura ponen al estado-nación al borde de la liquidación, transformado en simple colonia.

Ya lo señalaba en su momento Raúl Scalabrini Ortiz, un patriota antiimperialista, que "lo que no se legisla explícita y taxativamente a favor del débil, implícitamente queda a favor del poderoso". Y en materia de radiodifusión se sigue legislando a favor del poderoso. En el orden educacional se liquida a la escuela públicas y la universidad abierta al pueblo. En lo cultural se apuesta al show, al mega-espectáculo, a la banalización, a la importación de productos comerciales en desmedro de nuestros artistas, a la imposición de la literatura del best seller a través de grupos editoriales monopólicos provenientes del exterior. Al mismo tiempo avanza la pornografía gráfica, televisiva y por Internet, la cultura de la droga y de la muerte con las policías bravas, de gatillo fácil, la persecución y el asesinato de periodistas.

Para ir arrugando el bandoneón, como dice el amigo David Viñas al señalar la necesidad de resumir, recordemos que el periodista estuvo vinculado permanentemente a la función política, ideológica, de esclarecimiento, de compromiso. Por eso Alejo Carpentier pudo decir que el periodista es el cronista de su tiempo. Pero el poder concentrado por los propietarios de los medios de información le han quitado al periodista su libertad de expresión. Es más, la influencia ideológica norteamericana ha jugado un papel tan importante que en los últimos tiempos se le ha quitado su identidad: ya no es periodista sino "comunicador social". Se intenta así despojarlo de su rol y ubicarlo en un supuesto cenáculo de la objetividad: desde su puesto "comunica" a la población alejado de todo compromiso. Es un especialista. Un técnico "imparcial" entre opresores y oprimidos. Se habla de comunicación en una sociedad alienada y cada vez más incomunicada, bombardeada de noticias que no puede digerir ni asimilar, pero carente de información seria que le permita evaluar los acontecimientos. Cada vez hay más canales de noticias en la tevé; las radios se han transformado en vehículo informativo las 24 horas del día; los diarios ya se miden por su peso en kilos ( llenos de suplementos, revistas ad-hoc y publicidad), pero cada día se observa mayor confusión informativa y lo publicado hoy puede ser desmentido mañana sin el menor rubor. Desinformación es sinónimo de mucha información tergiversada y eso es lo que está ocurriendo ahora con el show de noticias, que produce la denominada "bulimia informativa".

"Hoy, comprender ya es hacer", ha dicho Georges Balandier. Quizás corresponda entonces entablar la batalla por hacer comprender estas cuestiones y actuar en consecuencia volviendo la mirada a 1935 cuando Bertolt Brecht describía así las cinco dificultades que surgen al escribir la verdad:

"Quien pretenda hoy en día combatir la mentira y la ignorancia y escribir la verdad, tendrá que superar cuando menos cinco dificultades. Debe tener el VALOR de escribir la verdad, pese a que se la reprime por doquier; la ASTUCIA de descubrirla, pese a que se la oculta por doquier; el ARTE de tornarla manejable como un arma; el JUICIO necesario para escoger a aquellos en cuyas manos se torna eficaz; y las ARGUCIAS para difundirla entre ellos. Estas dificultades son grandes para quienes escriben bajo el fascismo, pero también existen para quienes fueron dispersados o huyeron, e incluso para quienes escriben en los países de la libertad burguesa".

Tremendo desafío.