CREACIÓN DE UNA RED LATINOAMERICANA DE COMUNICACIÓN

Rubén Andino, Chile

La llamada "Globalización" constituye una expresión natural de la evolución del sistema capitalista en el presente, en la que se mantiene su tendencia a una búsqueda compulsiva de nuevas fuentes de riqueza y nuevos mercados de consumo.

Esta expansión no sólo está afectando a la económica de las sociedades, sino también las formas de vida y las expresiones culturales, a veces milenarias, de los pueblos hacia los que extiende su influencia. Hasta la existencia misma de los estados nacionales se encuentra amagada como consecuencia de este proceso de integración acelerada del mundo capitalista.

Luego de un período de auge de la economía mundial durante la mayor parte de la década del 90, la tendencia se ha invertido a partir de la crisis asiática, con la disminución sostenida de las tasas de ganancia y la creciente frecuencia y profundidad de una nueva crisis cíclica, que se intenta revertir mediante el desarrollo de nuevas tecnologías, la concentración del poder económico en provecho de las economías de escala, la disminución de los salarios de los trabajadores, la sobreexplotación de los recursos renovables y no renovables y la permisividad frente a procesos productivos sucios que llevan a la destrucción de la naturaleza.

Incapaces de disminuir los niveles de gasto y consumo anteriores al actual ciclo recesivo, la mayor parte de las economías capitalistas del mundo siguen recurriendo al endeudamiento para mantener su actividad, aunque en algunos casos, como sucede en Argentina, esta conducta se traduce en consecuencias desastrosas para toda la nación.

Los estados nacionales, incluido el propio EEUU, están siendo superados por el poder y la dinámica de las empresas transnacionales, que presionan en todo el mundo por terminar con las regulaciones laborales o ambientales, arrasando todo en la búsqueda de nuevas fuentes de riqueza que mantengan en pie sus decrecientes rendimientos económicos.

En esto Chile lleva la batuta. Somos el país indefenso frente a los poderes económicos mundiales y nos hemos convertido en el producto de exportación urbi et orbe de este "exitoso" modelo de construcción económica neoliberal. Sin embargo, por nuestra dolorosa experiencia sabemos que la repetición a escala ampliada de este modelo de explotación económica puede convertirse en un desastre mayúsculo y de consecuencias irreparables para la humanidad si se aplica en forma generalizada.

Los síntomas de agotamiento del proyecto neoliberal en Chile se están traduciendo hoy en la perdida de la potencia exportadora de la economía en sus áreas más dinámicas: cobre, celulosa, productos del mar y agricultura.

Los especialistas coinciden en que luego de esta crisis, la economía chilena no volverá a retomar el nivel de crecimiento de 7 por ciento promedio, anterior a 1998 y resaltan que el desempleo –antes no superior al 5 por ciento- se estabilizará en el futuro en una tasa cercana 10 por ciento. La farra consumista, sustentada en la privatización forzada de empresas públicas y en la explotación indiscriminada de los recursos mineros, hídricos, forestales, agrícolas y marinos parece estar llegando a su fin.

Una comunicación neoliberal

El modelo de comunicación social presente en Chile es coherente con el sistema económico neoliberal y sus efectos se han dejando sentir en el plano cultural con particular fuerza. Estamos sometidos a un esquema de pensamiento único, expresado en el monopolio ideológico que mantiene la crítica que se expresa a través de los medios de comunicación, enmarcada dentro de un discurso aceptable y funcional a las necesidades del sistema neoliberal. El dogma del mercado como único asignador de recursos no puede ponerse en tela de juicio y su papel como único regulador de la vida económica se asume, sin mayor prueba, como una verdad irrefutable.

Bajo este esquema, dos grandes cadenas controlan cerca del 90 por ciento de los mensajes en los medios escritos; las estaciones de televisión refuerzan en su programación las ideas conservadores que publicitan en forma sostenida los valores de representados por el modelo económico neoliberal. En Chile, incluso la televisión pública está sometida a las reglas del mercado y de la libre competencia.

Sabemos que la industria de los medios de comunicación no ha estado ajena en América Latina a los vaivenes de las economías de la región y ha experimentado cierto crecimiento, de la mano de las nuevas tecnologías de la información y la llamada "nueva economía", relacionada a la red de redes.

En el mundo proliferan como hongos después de una lluvia los medios electrónicos que bombardean constantemente noticias internacionales, nacionales, regionales y hasta locales, que surgen al alero de una producción de bajos costos. Ello ha provocado incluso una cierta saturación de los destinatarios, confundidos con la caótica diversidad de mensajes en esta moderna Babel. Sin embargo, luego de una etapa de gran euforia por parte de los expertos oficiales en marketing, Internet comienza a mostrar los primeros síntomas de desgaste. Varios de los sitios de vanguardia, como Yahoo, han entrado en crisis como consecuencia de la imposibilidad de financiarlos y de la alta saturación de los mercados informáticos.

En el plano de los medios de comunicación, también se ha registrado en todo el continente una explosiva extensión de la televisión por cable y satelital con una multiplicación de canales y programas que, a pesar de su variedad, no alteran la regla de oro del sistema, basado en el patrón cultural de la sociedad de consumo y del pensamiento unipolar.

Los medios escritos se han beneficiado de las rebajas de costos provocadas por las nuevas tecnologías informativas aplicadas a la producción de impresos y a los bajos precios del papel y la celulosa. En Chile han aparecido diarios gratuitos, que han comenzado a poner en jaque a las cadenas tradicionales, aunque sus financistas se mantienen comprometidos con el modelo cultural vigente y no han sido capaces de romper el monopolio ideológico existente.

En contraposición a esta tendencia expansiva, la merma de la publicidad ha obligado a los diarios a disminuir sus páginas y a los canales de televisión a prescindir de programas de producción propia.

El monopolio ideológico imperante, que tiene como consecuencia la imposición de una forma de pensar uniforme, está provocando un profundo cambio cultural en nuestra sociedad, en que las personas están sometidas a una batería constante de mensajes cuya veracidad es muy difícil de demostrar. En esta sociedad, que tan bien ha sido descrita en el tango "Cambalache", la mentira vale igual que la verdad si es funcional a las necesidades del sistema dominante.

En respuesta a este estado de cosas, se ha venido dando en el mundo capitalista una cierta apatía del público frente a los mensajes provenientes de los medios de comunicación masiva. Ello se traduce en la práctica en una desconfianza generalizada hacia las fuentes informativas que les dan origen y resulta particularmente dramático en el caso de los actores políticos, quienes han entrado en un descrédito casi total en países como Chile, Argentina o Perú.

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Ante esta falta de credibilidad de los medios informativos y sus fuentes, las derechas de todos los países ha venido despolitizando su discurso e imponiendo una cultura light, sustentada en lugares comunes propios de los valores consumistas, que que reduce los logros de la sociedad a la obtención de cosas materiales.

Paralelamente busca afianzar la creencia que nuestra actual forma de vida es la única posible y que pase lo que pase hay que aceptarla sin buscar proyectos de transformación social. La meta de un cambio como actividad mancomunada de muchos seres humanos, unidos en torno a ideales de justicia, ha sido reemplazada por el discurso que vende una sociedad en la que el único cambio posible es sinónimo del ascenso individual, unido a una quimera de progreso asociada al esfuerzo personal y a la competencia con los otros.

También se nos trata de imponer la idea de que las desigualdades, la violencia cotidiana o las injusticias sociales, forman parte de ese mismo estado natural e inevitable de nuestras sociedades, lo que se traduce en la existencia de un eterno presente, proclamado como "el fin de la historia".

Un camino alternativo

Esta falsa libertad informativa y a este "sentido común" construido principalmente a través de los medios de comunicación dominados por los intereses de los defensores del modelo neoliberal, demuestran la necesidad urgente la construir de un nuevo discurso de la izquierda latinoamericana, menos ideologizado y más próximo a los problemas reales de los pueblos.

Un discurso que apele a la memoria de una manera emotiva, aunque sin caer en el consignismo y con una racionalidad fácilmente traducible a las vivencias de seres humanos de carne y hueso. En este punto es particularmente importante la experiencia de los zapatistas de México, que han logrado convertirse en actores de la política de su país, a partir de un discurso que ha calado hondo en las personas comunes y corrientes.

En estos años hemos olvidado que la comunicación no solo debe apelar a los discursos racionalistas. Sobre todo en una época de la historia en la que tantos andamiajes racionalistas se han venido al suelo. Los grandes movimientos sociales están asociados a sentimientos y emociones de grandes grupos humanos que se han unido para realizar revoluciones, derribar dictaduras o para botar democracias corruptas, como ha sucedido con Venezuela..

A la unidad de un continente latinoamericano globalizado en términos neoliberales, debemos oponer la concepción americanista de los padres de la patria: Bolivar, San Martín, Sucre u O’Higgins. Al patrioterismo derechista, el patriotismo de Martí o Mariátegui, para volver a actuar en consecuencia y coherencia con nuestro discurso histórico de cambio social y político.

Es indispensable un discurso común de la izquierda latinoaméricana que apunte a buscar soluciones a los problemas profundos que afectan a nuestras sociedades: tráfico y consumo de drogas, falta de seguridad de los ciudadanos, discriminación a los pueblos originarios y minorías étnicas, odiosas diferencias en el reparto de la riqueza, creciente destrucción de los hábitat o exclusiones que afectan a grupos sociales que distan muchos de ser minorías, como ocurre con los jóvenes y las mujeres.

Debemos reformular el concepto de los derechos humanos, ampliándolo a aquellos problemas que afectan a las personas en sus vidas cotidianas. El derecho al trabajo, a vivir en un medio ambiente libre de contaminación, a una alimentación edecuada, a educar a los hijos, a tener acceso a servicios de salud dignos y eficientes. Esos son los derechos humanos que debemos demandar de nuestras raquíticas democracias formales, en la búsqueda de convertirlas reales democracias, basadas en el protagonismo popular y en la participación activa de los pueblos en la solución de sus problemas.

Los periodistas latinoamericanos tenemos que concebir un nuevo compromiso con nuestros pueblos, reformulando el concepto de noticia en función de los temas que interesan a las mayorías postergadas y olvidadas en el discurso dominante.

Sin embargo, este desafío no es fácil de cumplir, en la medida en que nuestros medios son escasos y sobre todo están dispersos. Sin embargo, es posible plantearse en el corto plazo algunas metas realizables, que no demanden un gran despliegue de recursos. Como un primer paso para democratizar y centralizar la información dispersa, creando una Red Latinoamericana de Comunicación, a través de Internet, que incorpore un Banco de Información Continental, al cual puedan acceder los periodistas de toda América Latina, para aportar y buscar antecedentes que se pongan al servicio de los medios y profesionales de la noticia comprometidos con el proyecto.

Otro requisito tan vital como la creación de la Red misma es que las informaciones disponibles –noticias publicadas o inéditas- respondan a un patrón de calidad y solidez informativa, que garantice a quienes accedan al Banco la seguridad de que se trata de datos ciertos y confiables.

Es necesario poner fin a la dispersión informativa que nos afecta, dando forma a un conjunto de antecedentes y argumentos compartidos que hagan posible construir una base de datos común, que dé certeza y credibilidad a nuestro discurso, en la perspectiva de recuperar a partir de la memoria colectiva de nuestros pueblos un proyecto de cambio continental creíble y efectivo.