Ponencia de Salvador del Río

Toluca, Méx, junio de 2002

Al reflexionar sobre la relación de la prensa, la escrita y la electrónica, la comunitaria y aun la de partido o la que representa una tendencia ideológica, con el poder, con las instituciones y con la sociedad entera, puede preguntarse si es posible un retorno al periodismo de combate o si, aun sin esa vuelta, el periodista, pieza en ocasiones de relativa importancia en el engranaje industrial de la información, debe y puede ser dueño y guía de sus ideas y cumplir el fin ulterior de su vocación, que es expresarse conforme a sus convicciones. La transformación de la prensa, desde la unidad casi heroica constituida por las publicaciones en los movimientos libertarios de América Latina o en las revoluciones de Europa y de otras partes del mundo, hasta la empresa comercial y la concentración de la información en nuestros días, plantea ciertamente un cambio en la metodología del profesional de la noticia y de actitud en quien la procesa, la analiza y la editorializa. Si no fuera por otro factor, esa mutación es obligada por la velocidad de vértigo con la que circulan las noticias en el mundo.

Quede para los analistas de la historia del periodismo en México la descripción del desarrollo de la prensa y su significado e influencia en los acontecimientos del devenir político, económico y social. El camino recorrido por el periodismo en este país y su situación actual, sus desafíos y sus perspectivas, no difieren de los que caracterizan a la profesión en el mundo, sobre todo si se piensa en la cada vez más estrecha homogeneidad entre los problemas, no sólo de la prensa, sino de la sociedad entera, en un mundo intenso y en ocasiones brutal y excesivamente intercomunicado.

En cuanto a la prensa escrita, se delinean tres momentos decisivos en su historia: la aparición de la prensa insurgente, con El Despertador Americano en el comienzo de la lucha de Miguel Hidalgo y El Ilustrador Nacional, editado en Sultepec, estado de México, en las prensas con los tipos construidos por el doctor José María Cos. Con esas publicaciones y con la relativa libertad de la Constitución de Cadiz al suprimir la censura previa de la Colonia, nació la prensa defensora de la independencia que daría después lugar a otra, igualmente combativa, reflejante de las luchas entre liberales y conservadores que marcaron el siglo XIX.

El segundo momento importante en el periodismo mexicano es la aparición, en 1842, de El Siglo XIX, como oposición al gobierno de Antonio López Santa Anna y que Luego se convertiría, bajo la dirección de Francisco Zarco, sucesivamente en la voz del Partido Puro, de la Revolución de Ayutla y del movimiento que desembocó en la Constitución de 1857 y en la Reforma con Benito Juárez a la Cabeza.

En la prensa de México era clara la diferencia –y los consecuentes enfrentamientos– entre la liberal y la conservadora. Esta definición habría de percibirse con mayor nitidez al aparecer la prensa opositora a la dictadura de Porfirio Díaz, el más importante de cuyos órganos fue Regeneración, dirigido por Ricardo Flores Magón y en el que colaboraron los más destacados personajes de la etapa prerevolucionaria.

La Revolución Mexicana tuvo en cada una de sus tendencia órganos de opinión, pero al mismo tiempo el movimiento social iniciado en 1910 propició la creación de la prensa como industria, al lado, es cierto, de la partidista, con ejemplos como El Machete, del Partido Comunista Mexicano, pero también El Nacional, vocero en su inicio del Partido Nacional Revolucionario (hoy PRI) y luego instrumento oficial de los gobiernos de la posrevolución.

Sería injusto pretender una caracterización de la prensa de los años veinte o treinta hasta fines del siglo XX sólo como dependiente y colaboradora de los intereses de un partido, el que se encontraba en el poder. Los gobiernos progresistas de esa etapa posrevolucionaria, como el de Lázaro Cárdenas, tuvieron una prensa más bien contraria a sus programas. La expropiación del petróleo en 1938, la nacionalización de la industria eléctrica en 1962, la aplicación de la reforma agraria que afectaba a antiguos latifundios o las actitudes nacionalistas de la administración de Luis Echevarría –por citar sólo algunos casos– enfrentaron la animadversión de la parte de la prensa afecta a los intereses más conservadores. a lo largo de la centuria pasada hubo en el periodismo mexicano ejemplos de periodistas combativos de todos signos, críticos del sistema aun en la configuración de empresa periodística como una fuente meramente comercial.

En la prensa del siglo XX, y en la de nuestros días, ha sido una verdad relativa el principio derogatorio de la ética según la cual "el que paga manda", pues aun en la imbricación de los intereses económicos entre la empresa periodística y el sistema –incluida la gran empresa privada– ha sido posible encontrar los márgenes de acción en los cuales la crítica se ha dado y la información ha sido presentada con el apogeo a los hechos al que se llama objetividad.

La relación entre la prensa y el sistema, por no circunscribir éste sector público, fue duramente muchos años de un mayor respeto y de mutua consideración relativa hacia el papel de los informadores y los comentaristas del acontecer. Esta información, temeraria en apariencia si se sopesan los señalamientos sobre la actuación de una parte de la prensa obsecuente y consecuente con el poder en todas sus expresiones –la económica y la política–, es sin embargo cierta si se revisa el catálogo de periodistas que en los más diversos medios de comunicación, incluidos los más conservadores, constituyeron un factor de análisis y de crítica sistemática en el escenario de la vida pública del país.

La composición de la prensa de aquellos años contribuía a definir esa relación. En los años cincuenta había en la ciudad de México siete diarios de información general. La televisión comenzaba de manera incipiente sus transmisiones y en las estaciones de radio había unos cuantos noticieros leídos por locutores. No existía el periodismo electrónico. Junto a lumbreras del periodismo, la profesión se alimentaba con carreras humanísticas inconclusas, aspirantes a intelectuales y vocaciones medianamente colmadas en el ejercicio de la información. Las redacciones eran el complemento formativo –a veces el único– de las aptitudes requeridas por el periodismo. En buena medida, el periodismo heredaba ciertos rasgos del romanticismo y la bohemia de épocas pasadas, los de la prensa de combate. Era, como muchas otras actividades, un oficio de hombre; es decir, sin el elemento femenino hoy presente. En 1954, cuando quien pergeña estas líneas comenzó en el periodismo, las mujeres en la información general se contaban con los dedos de la mano: Elvira Vargas, Magdalena Mondragón, Sara Moirón, María Luisa Mendoza, Rosa María Campos, y no fue sino años después, con la llegada a las redacciones de los egresados de las primeras escuelas de periodismo y de las universidades, cuando la mujer se fue haciendo presente –y en buena hora– hasta ocupar el lugar que hoy tiene en prácticamente todas las ramas de la comunicación.

Entre el funcionario y el periodista se daba incluso el caso de la generación de amistades personales, más fáciles que ahora, sin que, obviamente, esa circunstancia excluyera la posibilidad de connivencias, silencios o tráficos de intereses que, mínimos para las infanterías, se han venido institucionalizando a favor de la gran empresa.

Si un cambio significativo puede observase en la relación del periodista con las instancias del poder y con los medios a los que presta sus servicios, es debido a la proliferación de los órganos de la prensa, a la pulverización de la profesión en cientos de núcleos, a las transformaciones tecnológicas que modifican la naturaleza de su trabajo y a la conversión de la noticia en una mercancía cada vez más desechable y, consecuentemente, con un menor valor como producto del talento humano. El periodista, el reportero principalmente, ha perdido estima en el funcionario y en general su trabajo tiene a ser poco valorado. Es comprensible que, como reacción natural, a los ojos de la prensa las instituciones desacralicen, comenzando por la propia Presidencia de la República, lo cual favorece al juicio crítico.

Hoy existen en el Distrito Federal 32 diarios y más de 250 en la República, sin contar las revistas de diversa periodicidad, alrededor de 70. La paradoja es que, por lo que hace a la ciudad de México, el tiraje del conjunto de esos diarios difícilmente alcanza el de uno o dos de los de medianamente importantes en otras ciudades del mundo. Si bien el número de ejemplares impresos por cada uno se mantiene en reserva o con cifras poco confiables aun para los anunciantes, sólo tres o cuatro diarios tienen una circulación medianamente aceptable, de alrededor de cien por mil.

Este pobre panorama, además de reflejar una lamentable realidad en cuanto al analfabetismo real y funcional y a los hábitos de lectura de la población, coloca a la prensa escrita frente al enorme competidor que es la llamada electrónica, en la que a la concentración cada vez mayor en pocos y poderosos grupos que controlan las estaciones de radio, se agrega el fenómeno de dos grandes cadenas de televisión que detentan una abrumadora mayoría del auditorio. Una sola emisión noticiosa en la televisión puede alcanzar un "raiting" de 16 millones de televidentes, contra menos de un millón de ejemplares de todos los diarios que circulan en la ciudad de México, cifra que podría elevarse a tres millones si es cierto que cada ejemplar tiene un promedio de 3 lectores.

Y sin embargo, la prensa escrita no ha perdido el espacio que ocupa en la opinión pública, y ello por varias razones. Una, sus contenidos, y otra, una postura más analítica, más crítica hacia el sistema. Estas aseveraciones se apoyan en la postura misma del gobierno frente a la prensa y en las diferencias que hoy el poder distingue entre la escrita y la electrónica. Frente a la velocidad de la información, la prensa escrita está obligada a explicar al lector la trascendencia de lo que horas antes vio la televisión o escucho en la radio.

El gobierno actual, puede decirse, es en México el primero que llega al poder apoyado en la publicidad y en una campaña de imagen lo que se llama eminentemente mediática. Su interés en las encuestas, en la proyección de un estilo personal –el llamado carisma–, el énfasis en la frase corta, de efecto por su pretendido apogeo al habla de las masas, convenían al propósito electoral, y el medio natural a través del cual esa estrategia debía desarrollarse era el electrónico.

Iniciado el gobierno, la administración daba muestras de una confusión fundamental en cuanto al peso de los medios de comunicación y su impacto en e quehacer público. La banalidad de la programación de la televisión, el primer plano concebido por los noticieros de la pantalla chica a la nota roja y la suavidad con la que allí se ha tratado la información oficial, se tomaron como circunstancias que podían contrarrestar el desgaste natural de todo gobierno y suficientes para la prolongación indefinida de la luna de miel con la sociedad, que comenzó en las urnas. La prensa electrónica era el medio ideal para el mantenimiento de una imagen favorable en la opinión pública.

Pronto, en unos cuantos meses, la administración hubo de admitir otra realidad. En la prensa escrita se generaban los análisis profundos y las noticias reveladoras soslayadas en otros medios. Las críticas de la prensa escrita, que quiérase o no trascienden a la opinión, finalmente deben ser consideradas y tenidas en cuenta para corregir rumbos, enmendar errores y definir políticas de gobierno. La prensa escrita sigue siendo un vehículo importante en la sociedad.

El fenómeno anterior, citado sólo para ejemplificar una parte de la nueva relación de la prensa con el sistema, no podría llevar al establecimiento de una falsa premisa: el periodismo, diríase, sólo puede ejercerse como factor de cambio en la sociedad a través de la prensa escrita. El resto podría sostenerse sin ser verdad, no es auténtico periodismo.

El periodismo –y ésta podría ser una premisa a considerar –no cambia ni con el tiempo ni con las transformaciones tecnológicas, ni con la actitud del poder frente a su presencia en la sociedad. El cambio de partido en el gobierno, pese a lo que en ocasiones se sostiene, no inauguró la libertad de expresión; el cambio, en todo caso, se da en la relación de intereses o en las tendencias que condicionan las políticas editoriales de cada medio, hasta la autocensura, la orientación, los énfasis y los silencios en el manejo de la información.

La crisis de 1995, la más profunda en las historia moderna de México, dejó sentir sus efectos en la comunicación, prolongados ahora por una serie de circunstancias que amenazan la estabilidad, las oportunidades de trabajo y las condiciones de los periodistas. Sólo el año pasado los medios del radio y la televisión resintieron una pérdida de entre 30 y 40 por ciento en sus ingresos por publicidad; la prensa escrita presenta ejemplos de empresas cuya desaparición es inminente o cuya supervivencia es precaria, a costa del sacrificio de los periodistas y de todos quienes en ellas laboran. El mercado de trabajo en el periodismo enfrenta en estos momentos una de las más preocupantes crisis, no sólo por la falta de empleo, y por la desaparición de muchas de sus fuentes, sino por sus bajas percepciones y la amenaza constante de despido.

Y sin embargo el periodismo subsiste y persiste en su función merced al talento, a la vocación social y aun al sacrificio de quienes en esta profesión se desempeñan. Si los avances de la tecnología, la excesiva comercialización y los intereses de toda índole constituyen un valladar para el trabajo del periodista, reconforta pensar que el periodista ha sobrevivido y se ha sobrepuesto a iguales o más adversas condiciones en México y en el mundo. El talento, el genio del hombre, están por encima de las condiciones materiales, y esto es verdad en el periodismo lo mismo que en toda actividad humana. Los grandes periodistas no necesitaron de una computadora para el desempeño de una labor incansable y valiosa, que trasciende en la historia. La herramienta tecnológica es necesaria, hoy imprescindible, pero lo que más importa es el hombre y su disposición para llevar adelante la gran empresa de su existencia, que es manifestarse como ente actuante dentro de la sociedad.

El periodista lo es y lo será aún en la peor adversidad.