Algunas reflexiones acerca del ejercicio periodístico y la prensa alternativa

Magda Ximena Ortúzar, Chile

La Formación de Nuevos Periodistas

El ejercicio del periodismo no siempre tiene como antecedente la preparación para tal efecto de quien lo ejerce.

A diario constatamos que en muchos casos basta tomar una grabadora, una libreta de apuntes y/o una cámara fotográfica para convertirse automáticamente en periodista.

Hecha la excepción de excelentes periodistas autodidactas o formados a fuerza de oficio en redacciones o salas de prensa, cuya labor ha sido o es notable, en la inmensa mayoría de los casos los periodistas improvisados contribuyen a la desinformación, ya sea por su propio desconocimiento de los temas que tratan, ya sea por su obsecuencia a seguir a ciegas la línea editorial trazada por los directivos y dueños del medio para el cual trabajan.

(Por cierto la obsecuencia no es monopolio de periodistas sin formación, pero no son ellos el tema de esta ponencia.)

En toda profesión y oficio se requiere de una preparación teórica y práctica y las normas que rigen al menos a las profesiones dan a tales elementos la calidad de requisitos. No se pueden ejercer la ingeniería, la medicina o la abogacía -por citar algunas profesiones-

sin el título profesional respectivo. No ocurre así con el periodismo, pese a existir desde hace muchos años y en casi todos los países la carrera de periodismo en institutos y universidades.

La legislación vigente en cada país determina de alguna forma el ejercicio de la profesión periodística: en algunos, la ley indica que esta profesión, como otras, requiere de una formación previa y restringe su ejercicio a profesionales; en otros, no existen tales normas; y en muchos existen, pero contemplan la inclusión en dicho ejercicio de no profesionales.

En este último caso, resulta un absurdo la existencia de escuelas de periodismo a nivel de institutos y más aúna nivel universitario: son fábricas de gran número de cesantes, puesto que un diletante resultará siempre menos costoso en términos de salario para las empresas periodísticas o medios informativos y, lo que es más importante, por lo general será más manejable en términos del proceso y tratamiento de las informaciones.

Cito al respecto la experiencia chilena. Con escuelas de periodismo universitarias y un Colegio de Periodistas encargado de reglamentar y proteger el ejercicio profesional, se planteó la necesidad de circunscribir dicho ejercicio a los periodistas colegiados y, a partir de cierta fecha, tal calidad quedaría restringida a nuevos periodistas egresados de escuelas de periodismo.

Se opusieron tenazmente a esta propuesta los empresarios de la noticia, nucleados principalmente en torno a ‘El Mercurio’.

En 1971, durante el gobierno del presidente Salvador Allende, la polémica alcanzó ribetes de enfrentamiento. Quienes se oponían a la reglamentación antes señalada del periodismo profesional argumentaron defender ‘la libertad de expresión’. Su propuesta: podían ejercer el periodismo ciudadanos que acreditaran la mitad de los estudios secundarios aprobados. Hago notar que para la mayoría de los empleos en bancos, oficinas públicas y empresas privadas se exigía acreditar estudios secundarios completos.

El Colegio de Periodistas tenía entre sus atribuciones fijar aranceles de remuneración para periodistas profesionales y/o colegiados.

Las empresas contrataban personas con estudios secundarios incompletos, sin preparación profesional, en muchos casos sin experiencia. Y les pagaban menos que el arancel fijado por el Colegio. El periodista ‘improvisado’ no estaba en condiciones de exigir más. Como contrapartida, los periodistas egresados de escuelas de periodismo no encontraban trabajo.

Las escuelas de periodismo, en ese contexto, se convertían

en fábricas de futuros taxistas, dependientes de tiendas o simplemente cesantes, con el doble contrasentido que al ser la educación universitaria estatal y gratuita, el costo de formar a esos profesionales iba a un saco roto.

Pero no sólo ahorraban dinero los empresarios de la prensa. También se aseguraban subordinados incondicionales y agentes abocados a la campaña de desinformación más descarada de que se tenga memoria en la historia chilena.

Chile vivía su tormentoso intento de transición al socialismo por vía institucional y democrática. Es digno de estudio profundo el tema del papel que jugaron los medios informativos chilenos en esa etapa, sobre todo tomando en cuenta que la oposición contaba con muchos más medios informativos y muchos más medios económicos que aquellos que apoyaban al Gobierno Popular.

Derrocado Allende, la dictadura cerró todo medio informativo no obsecuente con las nuevas autoridades. Comenzó entonces otra campaña: la del blanqueo permanente del régimen, mediante el ocultamiento de los crímenes cotidianos y masivos y la entronización de un nuevo concepto de sociedad, de nación. Los efectos de esa campaña se sienten aún hoy en la sociedad chilena y en muchos aspectos se sigue llevando a cabo.

A tales propósitos sirvieron de manera excepcional los periodistas improvisados a quienes El Mercurio y sus satélites habían dado, siguieron y siguen dando ‘oportunidades’.

La confirmación de estas teorías es que fueron los periodistas con formación, los preparados, los colegiados -en muchos casos marginados de los medios en funcionamiento o incluso participando en ellos por estrictas razones de supervivencia- quienes abrieron las primeras páginas de pensamiento contestatario, de oposición, de resistencia a la dictadura de Pinochet. Fueron esos medios alternativos, clandestinos algunos, legales pero perseguidos otros, los que iniciaron la lucha conceptual, de ideas, que abrió el camino a la derrota de Pinochet en el plebiscito de 1988.

No digo que la prensa alternativa, opositora y contestataria reemplazara a la lucha política, sindical, estudiantil y partidista llevada a cabo desde los escombros de sus organizaciones ni desestimo el enorme aporte del exilio chileno y de pueblos y gobiernos amigos al rescate de la democracia en Chile.

Digo que esa prensa alternativa, opositora y contestataria fue el canal por el cual la inmensa mayoría de los chilenos dentro de Chile

Se enteró de cómo en el mundo entero se repudiaba a la dictadura, de cómo se organizaban las fuerzas para rescatar la democracia, se

Reivindicaban nombres que en mi país estaban prohibidos.

Y los chilenos supieron también, gracias a esa prensa, que las ideologías no habían muerto por decreto, que la utopía aún es posible.

Quiero referirme en este punto al ‘Fortín Mapocho’ el primer diario de oposición abierto en dictadura, sin autorización del régimen y, sin embargo, legal.

‘Fortín Mapocho’ se abrió originalmente en 1941, como órgano de difusión del club deportivo del mismo nombre y de segunda división.

Acorde a la legislación vigente en la época, para abrir un medio informativo bastaba con informar de ello a la Intendencia, señalando nombre de la publicación, periodicidad, nombre del director y nivel de cobertura (provincial o nacional). El otro requisito era enviar copia de estos datos a la Biblioteca Nacional. Todo se hizo acorde a la ley. Al inscribirlo, su director -un obrero linotipista- lo inscribió como de periodicidad diaria y cobertura nacional.

Y así quedó registrado y fue, por tanto, legal.

Cuando el club deportivo desapareció, el ‘Fortín Mapocho’ pasó a ser el informativo impreso de los comerciantes del Mercado Central de Santiago, (centro de abasto de productos agropecuarios).

Con el paso del tiempo el periódico dejó de publicarse.

Cuando los militares asaltaron el poder clausuraron infinidad de medios, les retiraron el registro y dictaron reglas nuevas para la apertura de medios informativos nuevos: debían pedir autorización previa.

A fines de 1983, el obrero linotipista se acercó a un grupo de opositores a Pinochet y ofreció su diario, que por estar suspendido por años, no fue clausurado por la dictadura. Dado que no era un medio nuevo no requería de autorización.

Trabajando en clandestinidad, reuniendo voluntarios, consiguiendo papel, imprenta, fondos, el ‘Fortín Mapocho’ reapareció ante los chilenos en marzo de 1984.

La dictadura lo clausuró, por ilegal. La Corte de Apelaciones aceptó el argumento de la defensa de que al no ser un medio nuevo no requería de autorización y, además, podía circular legalmente. El ‘Fortín’ reapareció y fue nuevamente clausurado. La Corte Suprema determinó con un rotundo cinco a cero que el diario era legal. Y el ‘Fortín Mapocho’ se convirtió en el primer diario opositor a Pinochet, con participación de todos los sectores políticos y sociales empeñados en rescatar la democracia, que circulaba públicamente.

El ‘Fortín Mapocho’ pese a sus muchas carencias, clausuras y sabotajes, fue una formidable herramienta de movilización popular. A través de él se convocó al primer paro nacional de labores, que resultó exitoso. A través de él se convocó a los chilenos a participar en el plebiscito que dijo No al intento continuista de Pinochet. Y aunque fue abandonado por la Concertación gobernante y debió cerrar definitivamente en 1991, está ya inscrito entre las páginas más gloriosas del periodismo popular y combativo de Chile.

La Responsabilidad del Formador de Periodistas

(No una fábrica, sino un taller)

Creo firmemente en la necesidad de considerar al periodismo como una profesión que, al igual que cualquier otra, debe ser estudiada en centros especializados, léase Escuelas de Periodismo.

No creo, valga la aclaración, que una escuela de periodismo ‘fabrique’ un buen periodista, así como no hay ‘fábricas de poetas’. Debe haber ciertas aptitudes y ciertas capacidades previas para llegar a ser un buen periodista. Pero no cabe duda de que en las escuelas de periodismo se imparten conocimientos y técnicas ayudarán a un mejor ejercicio del periodismo de quienes allí se forman.

Así, concibo a las escuelas de periodismo como talleres en que se impartan conocimientos y, por sobre todo, se compartan experiencias.

Aceptada la idea anterior, quiero destacar la importancia de los formadores de periodistas, es decir, de quienes imparten clases en las Escuelas de Periodismo.

Y me referiré específicamente a la formación teórica, no porque la técnica no sea importante.

En las antiguas tendencias se indicaba que lo más importante a tener en cuenta al presentar una noticia o información era responder a las preguntas de QUÉ, QUIÉN, CÓMO, DÓNDE, CUÁNDO.

Algunos avanzados introdujeron la sexta y primordial pregunta: POR QUÉ. No todos la adoptaron. Aún hoy la mayoría de los informadores

la omiten. Y si la responden, lo hacen de manera amañada.

Formar a un periodista teóricamente implica entregarle las herramientas conceptuales que le permitan comprender el hecho que informa a fin de que pueda realmente informar acerca de él. No deformar.

Aquí entramos a un punto que suele provocar debate: ¿Informar con qué óptica, con qué punto de vista? Eso dependerá sin duda de la propia concepción del periodista y también de la línea editorial del medio al que pertenece. Pero eso no se contrapone con la posibilidad de informar.

No soy partidaria de la objetividad. No la creo viable y me parece, además, desaconsejable. Me explico: nadie es ‘objetivo’ en términos absolutos. La elección de la noticia a publicar como principal es ya una decisión subjetiva. La primera frase de la nota es subjetiva. Su ubicación en el diario, noticiario, etcétera, es producto de una decisión subjetiva.

Y no me parece aconsejable porque tener una concepción del mundo, un proyecto de país y de sociedad no es algo a ocultar, sino al contrario. Además, la experiencia demuestra que el periodismo ‘aséptico’, ‘químicamente puro’ es tanto o más peligroso que el ‘contaminado’.

Repito, no soy partidaria de la objetividad. Pero soy una ferviente defensora de la veracidad: los datos, como tales, no son interpretables. Si hablamos de 10 millones 550 mil personas, son 10 millones 550. No son ‘alrededor de 11 millones’, ni ‘algo más de 10 millones’. Si son 2 mil 320 las víctimas de un atentado, son esas, exactamente. Y a partir de ese dato podremos interpretar, analizar, opinar, pronosticar o concluir.

Por muy sesgado que sea el análisis, los datos exactos tendrán en el receptor de la información un peso propio.

Insisto, la veracidad es requisito indispensable en el tratamiento de la información y éste concepto me parece de la mayor importancia a la hora de formar nuevos periodistas.

Otro punto importante, a mi juicio, es el manejo del idioma en el tratamiento de la información. Los periodistas trabajamos con hechos, que son la materia prima de nuestro quehacer. Y tenemos como método para trabajar esa materia el traducirlos en conceptos. Y la herramienta para transmitir esos conceptos es la palabra.

Un concepto correcto mal expresado es un acto fallido.

La utilización correcta del lenguaje en materia de gramática,

sintaxis, etcétera, es tan importante como la comprensión correcta del hecho acerca del que se informa.

Muchos formadores de periodistas e incluso colegas en ejercicio tienen una actitud desdeñosa al respecto. Importa lo que se dice y no cómo se dice, opinan. Creo que cometen un lamentable error. Todo es importante a la hora de informar.

Cito como ejemplo los aportes de la ‘globalización’ al uso idiomático en los medios informativos. No se habla de golpes de Estado, sino de ‘pronunciamientos militares’ que derivan no en ‘dictaduras’, sino de ‘regímenes autoritarios’; no se habla de torturas, sino de ‘apremios ilegítimos’; no hay naciones pobres, sino ‘pueblos emergentes’.

No hay hambrunas, sino ‘escasez de alimentos’ y no hay ataques a países con proyectos distintos y alternativos al de los centros de decisión mundial. No. Hay ‘acciones de defensa del mundo occidental’.

Y a esta lista sigue un interminable etcétera. Uno de los eufemismos términos que mejor ilustra el travestismo idiomático es la definición de políticas ‘pragmáticas’. Si analizamos dichas políticas, son generalmente oportunistas. Pero ‘pragmatismo’ es más potable que ‘oportunismo’. No perdamos de vista que el travestismo idiomático sirve perfectamente para ocultar el travestismo político.

Usar las palabras exactas para expresar conceptos definidos es no un ‘plus’ del ejercicio del informador. Es un deber y como tal hay que enseñarlo a los nuevos periodistas.

La Prensa Obrera

Defender el ejercicio profesional de Periodismo no significa la intención de monopolizarlo. La prensa laboral, estudiantil y poblacional es un excelente complemento al periodismo profesional, cumple una función específica y satisface necesidades determinadas.

Mucho se ha hablado de este tema, contemplado ya por Lenin.

No voy a teorizar al respecto. Quiero compartir una experiencia personal y enriquecedora.

En 1972 se concretó en Chile un convenio entre el Gobierno popular y la Central Única de Trabajadores, CUT, mediante el cual la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile impartiría cursos de a trabajadores interesados en manejar información relacionada con sus actividades y con sus propios intereses. Así surgió la Escuela Vespertina Obrera de Periodismo.

Los requisitos para ingresar a ella fueron : ‘Saber leer y escribir y tener ganas de hacer periodismo laboral’.

Los cursos duraban un semestre y se impartían en horario vespertino.

La acogida de esta propuesta fue grande.

Los cursos comenzaron en el segundo semestre de 1972, con un promedio de 80 alumnos por curso, elegidos de entre los postulantes de las distintas empresas estatizadas o en vías de serlo, a través de sus respectivos sindicatos.

Tuve la oportunidad de participar del proyecto en calidad de monitora (profesora) y comprobar en la práctica el producto de esa experiencia: en poblaciones marginales y en empresas del Área Social de la Economía los egresados de la Escuela Vespertina Obrera de Periodismo fundaron sus propios diarios murales, boletines, informativos periódicos y en algunos casos programas radiales.

En su ejercicio, los egresados ponían en práctica lo aprendido, pero manejaban la información con su particular visión, poniendo el acento en lo que les era esencial y fundamental, con un manejo correcto del idioma, pero utilizando sus palabras cotidianas y, lo que me parece más relevante, con un profundo sentido pedagógico hacia los receptores: enseñar, esclarecer, explicar.

El experimento dio dos generaciones de periodistas laborales. La tercera estaba en formación el 11 de septiembre de 1973. . .

He querido compartir, con la brevedad que impone este evento, mis experiencias como periodista y como formadora de periodistas.

Espero sean de utilidad.

Sigo creyendo que tener una tribuna no es sólo un privilegio sino también una enorme responsabilidad.

Compartir lo que sabemos y sentimos puede colaborar a hacer del ejercicio periodístico algo verdaderamente valioso e importante para esa inmensa masa de ciudadanos que asisten a los sucesos del mundo a través de nuestros ojos, nuestros oídos, nuestra palabra.

Gracias, colegas de la Unión de Periodistas de Cuba por este encuentro. Gracias a Cuba por su hospitalidad y por seguir dando el ejemplo.